Al final, o pioyos o centollos
Si yo fuera a resultar un Matusalén, ya sé que es difícil, pero como ayer andaba con la vaina cuántica y existe un precedente, quién sabe, pero bueno, que dentro de... no voy a aventurar la cifra, dentro de no sé cuántos años, iba tener un problema muy serio. Me explico.
Hace poco intenté aprender inglés y tuve que desistir. Mi memoria no registra. Y, si quisiera acongojarme, razonaría que no por excesivo contenido, sino por falta de contenedor. De manera que, para ese tiempo de no sé cuántos años por venir, no podría comunicarme y, por supuesto, evidentemente, nada de escribir carticas a LA NUEVA ESPAÑA, porque, lógicamente, este diario, como todos los demás, se editaría en inglés, con una paginita, o un par de columnitas, en bable, o llingua, como quieran llamar esta supina ridiculez. De manera que yo, ni pioyu, lugareño bablante o llinguante analfa, ni centollu, ciudadano del mundo, alfabetizado en inglés. Porque sí, sí, para ese tiempo ni mandarín ni un carajo, el acojonamiento de rusos y americanos ante los chinos los habría unido contra el poder amarillo y sería el inglés el idioma hegemónico en todo el mundo.
Este supuesto mío, debería, creo yo, ser compartido por una parte considerable de españoles como el más probable de los augurios. Cada uno de los acontecimientos que se suceden en este lar marca el camino hacia ese destino. Hoy, las elecciones catalanas. Sorpresas, sorpassos, batacazos, bla bla bla, paja, el grano, el meollo: en el todo o en las porciones, el queso se lo comen los ratones.
Y ratones de esta calaña, ¿qué van a dejar de España?
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