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Al pan, pan, y al vino, vino

17 de Febrero del 2021 - Carmen González Casal

“Al pan, pan, y al vino, vino”, hemos dicho toda la vida cuando queremos llamar a las cosas por su nombre. Y es muy bueno que cada cosa o situación tenga su nombre y este nombre responda a lo que es, sin maquillajes ni adornos, sin impresiones o intereses personales, sin adjetivos que empañen la objetividad. Qué tranquilidad da saber que las cosas son así, que no hablamos lenguajes distintos, que la verdad no es ni tuya ni mía, sino como canta Machado en sus “Proverbios y cantares”: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.

Cuando la verdad alumbra los caminos, las relaciones con uno mismo y con los demás son auténticas y la paz nos acompaña. Porque el autoconocimiento es imprescindible para crecer como persona. También necesitamos que anden en verdad los novios, los amigos y los vecinos, los educadores y los médicos, los comerciales y los políticos, los medios de comunicación y las redes sociales… La verdad es necesaria para todo, aunque a veces duela. Porque solo la verdad nos hace auténticamente libres.

Sin embargo, en esta “sociedad líquida” en la que nos zambullimos –acuñada con acierto por el sociólogo Bauman–, apuntan derrumbe aquellos pilares sólidos –construidos con esfuerzo por nuestros mayores–. Cimientos como la verdad, el valor de la palabra dada, la honestidad, bien entibados, capaces de aguantar peso, sin hundirse.

Sumario: La recuperación de la verdad como pilar fundamental de la sociedad

Destacado: En esta sociedad líquida en la que nos zambullimos apuntan derrumbe cimientos como la verdad, el valor de la palabra dada y la honestidad

En esta cultura posmoderna otros son los valores que emergen inconsistentes. Se habla de posverdad, donde los hechos objetivos se esfuman y lo que importan son las emociones o los sentimientos personales en la percepción de la realidad, acallando cualquier barrunto de racionalidad. Como sucede en el debate político, donde sobra pasión y emoción, y escasean argumentos.

De esos polvos, los lodos de las “fake news”, donde las ideas falsas, las mentiras verosímiles o emocionales, sin el respaldo de fuentes fiables y contrastadas, circulan como la pólvora por redes sociales, espacios telebasura, programas políticos, campañas comerciales u otros mentideros del siglo XXI. Ya decía Joseph Goebbels –ministro de Propaganda de la Alemania nazi y amigo íntimo de Hitler– que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.

Asimismo, el escenario de la posverdad cuenta con otros actores principales, la corrección política y la manipulación. Dos obras de George Orwell critican abiertamente ambas posturas. Sobre el “lenguaje políticamente correcto”, que tanto abunda en el discurso público y tanto nos influye en general, lo evidencia dicho autor en “Rebelión en la granja”: “Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír”. Sin embargo, hoy en día se peca de lo contrario, y con tal de halagar el oído, de no contradecir lo establecido por la mayoría, se miente, se disimula hasta conseguir el objetivo. En “1984” –la otra obra de Orwell a la que me refiero, publicada en 1949– el lenguaje se utilizaba como un instrumento de manipulación, una poderosa herramienta de control del pensamiento para construir una realidad adecuada a los intereses ideológicos. Más de setenta años después la realidad descrita por Orwell está corregida y aumentada.

Si queremos edificar una sociedad mejor, más justa y más auténtica, urge encaminarse hacia una nueva búsqueda de la verdad. Es preciso recuperar la noción de realidad, desemboscarla de la maraña ideologizante en la que se encuentra prisionera. Apelo al sentido común, a la actitud crítica de cada uno para reflexionar, cuestionar lo que está pasando y conquistar día a día –con valentía– la verdad, la única que nos hace libres.

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