En el mundo que quisiera...
Estimado Director:
Le escribo esta carta porque quisiera expresar mi opinión sobre un tema muy actual y sobre el que es muy difícil opinar: la migración. Vivimos en un mundo donde el miedo gobierna las conciencias, donde es más fácil escaparnos de lo diferente antes que acercarnos al otro para entenderlo. En el mundo del que hablo, la mayoría piensa en su propio bienestar, ignorando las necesidades y el dolor de los demás; se prefiere hacer oídos sordos frente a los gritos suplicantes de personas en dificultad que solo nos piden ayuda. Hay quienes se consideran tan inteligentes como para pretender saber qué es lo que siente quien deja su país en busca de salvación.
Este, desafortunadamente, es nuestro mundo.
Miles de migrantes dejan sus tierras cada día, Dios solo sabe el miedo que tienen. Dejan a sus seres queridos: esposas, hermanos, padres e hijos. Dejan la seguridad (si así la podemos llamar) de sus casas, para conseguir un lugar mejor, un lugar donde aún haya espacio para soñar, para no rendirse y creer en un futuro más luminoso.
Lo complicado no tiene que ver solo con la decisión de partir: estos migrantes enfrentan viajes extremos y llenos de obstáculos: a lo largo del camino padecen hambre, frío y soledad, sin contar el gran número de criminales que hallan a su paso que quisieran ganar dinero a sus expensas.
Muchas veces he imaginado un mundo ideal, un mundo del que estaría orgullosa de formar parte.
Lo he dibujado en mi mente una y otra vez, y todo parece tan claro...
En mi proyecto de mundo perfecto no dejan de existir diferencias entre los individuos, pero las mismas representan la riqueza de cada uno. En mi sueño, nadie esperaría a que alguien gritara pidiendo auxilio: se le tendería la mano para que pudiera agarrarse bien fuerte; la gente trataría de empatizar con quienes sufren, buscaría una manera de aliviarles el dolor y pronunciaría muy a menudo “No estás solo hermano, yo estoy con vos”.
En el planeta que sueño no existen muros, sino puentes tan amplios como para permitir a cientos, miles o millones de personas cruzarlos.
Pero los sueños siguen siendo sueños, y la realidad es algo muy diferente. Nosotros, en cambio, somos tan afortunados que podemos elegir. Elijamos la solidaridad, el amor al prójimo y la comprensión. Elijamos sonreír, abrazar, aceptar a los demás. Pero, sobre todo, con los ladrillos que la vida nos da cada día, elijamos construir puentes, y no muros.
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