¿Se acabaron los sueños?
Estos días no he podido resistirme a evocar los tiempos de mi juventud. Fui degradado en el servicio militar por responder esta pregunta de un superior, enojado por la prisa que manifestaba en abandonar el cuartel de Valdespartera: “¿Qué es la patria para ti?”. Mi respuesta fue: “Mi patria es mi madre, necesita que trabaje, por ella salto la tapia y por ella me enviará usted al calabozo”, y así sucedió. Poco después conocí a otros jóvenes que se negaron a tomar las armas bajo ninguna bandera, y naturalmente fueron encarcelados, algunos pasaron más de diez años en prisiones militares, pero salieron sin rencor y sin pancartas.
Hace un año, escarbando entre los discos de Aurelio, en la plaza de San Francisco, encontré uno de la tuna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona, con la bandera española enarbolada como estandarte en la portada y pasodobles de la España cañí en el interior. Yo he vivido la posguerra en Barcelona y puedo decir que era sí. Sí, una España joven y hermosa, limpia fresca y unida, unida a unos valores morales no en su plenitud, pero todavía por encima de separatismos –de eso ya habíamos tenido bastante– unida por la esperanza en un futuro, un futuro para todos. Esa esperanza nos aportaba una alegría que compartíamos con la música; una arrimadica en el baile –moderada por la increíble fuerza del brazo izquierdo femenino– era suficiente premio para seguir soñando.
No se maltrataba ni se abusaba de una mujer, al contrario, se admiraba y se defendía a la mujer; cosa de “carrozas” en algún ámbito de esta actualidad, a menudo desmadrada y brutal. Aquellas amistades en grupo, honradas y sinceras para siempre jamás... No se hacía de menos a una persona mayor, se respetaba y se valoraba a los mayores. No eran tiempos perfectos, pero qué daríamos por que así fueran los actuales. ¡Qué!, ¿te unes a este sueño?, ¿hace un pasodoble español, un abracico aragonés, y un sentimiento de auténtica amistad con el abuelo? ¡Pues venga!
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