De libertades

10 de Agosto del 2010 - José Manuel Fueyo Méndez (Oviedo)

Parecía el guión de una de esas casi siempre infumables series televisivas españolas, pero el caso que contaba este periódico el pasado 10 de julio era una historia real: una mujer que presume de saber todo lo que hay que saber para no quedarse embarazada, pero se queda embarazada; según ella, decide «libremente» abortar; paga cuatrocientos euros por el aborto y se toma un pincho en una jornada «absolutamente normal»; considera un regalo poder comunicarle a su madre que ha abortado; la madre la felicita por la «hazaña» realizada; en su día esa madre ya le había dicho abiertamente a esa hija que tanto ella como sus tres hermanos habían sido hijos no deseados...

Hay palabras que resultan difíciles de definir, aunque el Diccionario las despache en unos renglones, de forma más o menos simplista. Y la palabra «libertad» es una de ellas. Si nos atenemos a lo que dice el Diccionario, entendiendo que la libertad es simplemente la «facultad de obrar de una manera u otra», habría que aceptar que Eva, la protagonista de la historia, decidió «libremente» abortar. Pero en una decisión como esa, en la que intervienen tantos condicionantes, la definición del Diccionario se queda coja y muy necesitada de matices. Además, las palabras que el reportaje periodístico ponía en boca de Eva olían más a esclavitud que la libertad. Es verdad que cabe decir que todos tenemos nuestras esclavitudes, y, ni que decir tiene, el sexo puede convertirse también en una esclavitud. Desde luego, los que manejan el cotarro social están encantados de que haya muchas Eva y Adanes, esclavos del sexo, a los que vender primero cuatrocientos euros de anticonceptivos y después cuatrocientos euros de aborto, porque con los anticonceptivos siempre hay fallos, técnicos o humanos. En fin, que Eva presumirá de abortar libremente, pero esa libertad huele a chamusquina que apesta, por no decir que huele a muerte. Hablando de libertades y de presumir, nuestros gobernantes suelen alardear de ser grandes defensores de las libertades, entre otras de la libertad de expresión. Pero, cuando les toca repartir licencias para nuevos medios de comunicación, suelen pasarse por el forro de sus caprichos la pluralidad social y sólo quieren voces amigas. El presidente Vicente, por ejemplo, no podía concluir su lamentable singladura gubernamental sino recurriendo a otra cacicada: de diez nuevas licencias radiofónicas que acaba de conceder su Gobierno, unas han sido para los amigotes de siempre y otras para empresas no del todo enemigas. A los que pueden darles más «caña» ni agua. Me suena haber oído o leído que la señora Aguirre hizo lo propio en Madrid: distintos partidos, pero los mismos vicios; una legislatura sí, a la siguiente también. ¡Ya les vale! En fin, en paz se vaya don Vicente, que en su día tuvo la oportunidad de demostrar que era un hombre libre, cuando los suyos le hicieron tragar la ley de Cajas, pero el «glamour» del poder y el sueldazo del cargo pudieron más y vendió su libertad, convirtiéndose en un esclavo más del partido. Ahora desde Madrid le dan la patada para colocar a otro, sugerido, al parecer, por el mismísimo Zapatero. Y a los asturianos no nos queda más libertad que la de elegir entre un candidato que será dócil a Ferraz y otro que será dócil a Génova. La parte positiva del caso es que Asturias difícilmente puede ir a peor, si la ley de Murphy no se encarga de desmentirme.

Por comentar algo de nuestro mundo eclesial, ciertamente nuestros obispos son libres para nombrar a un señor, como Barriocanal, para tantos y tan importantes cargos, pero incluso los personajes brillantes, como Barriocanal, no dejan de tener dos manos, dos pies y una cabeza. Y cuando se pretende que abarquen mucho, lo más probable es que aprieten poco. En nuestra diócesis el pontificado anterior generó también algunos Barriocanales, que, entendiendo la obediencia debida al obispo de aquella discutible manera, aceptaron ¿libremente? más cargos de los debidos y las cargas anejas a los cargos están desbordando a más de uno. Si ya utilizamos ahora el argumento de la escasez del clero para sobrecargar algunas espaldas, ¿qué pasará dentro de veinte años? Porque el problema de la escasez del clero no ha hecho más que asomar. A mi modesto entender, de momento aquí no necesitamos aún Barriocanales. Basta con que se repartan cargos y cargas, utilizando un ingrediente básico del que a veces nos olvidamos: el sentido común, que sigue siendo el más común de los sentidos.

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