¿Arde Barcelona?
Sí, arde Barcelona, desde hace tiempo, cada noche, y ahora también Madrid y otras ciudades a lo largo y ancho de la geografía española, con disturbios constantes. Lo sorprendente es que no es a consecuencia de los cerca de 67.000 fallecidos oficiales (no oficiales cerca de 100.000) como consecuencia de la pandemia; ni de la ruina social y económica del país (los indicadores económicos son elocuentes: una caída del 11% del PIB, una deuda pública del 117%, un paro del 21% y un paro juvenil del 40%, por ejemplo); ni de la pérdida de libertades (la censura avanza implacable en las RR SS, la prensa y la televisión, con una manipulación sistemática, junto con leyes liberticidas como la ley Celaá, la ley Trans o el estado de alarma ilegal); ni del retroceso constitucional producido por el continuo hostigamiento a las Instituciones y la separación de poderes; ni por la pérdida de peso de España en el escenario internacional; ni por los recortes en los servicios públicos, con los que tanto se les llena la boca a los políticos; no, los disturbios son a consecuencia del ingreso en prisión de un “cantante” de rap llamado Pablo Hasél, que, según dice Isabel Díaz Ayuso, “tiene menos gracia que cualquiera de nosotros con un par de cubatas en un karaoke”.
Pablo Hasél, nacido Pablo Rivadulla Duró el 9 de agosto de 1988 en Lérida, es hijo del empresario Ignacio Rivadulla, que fue presidente del equipo de fútbol UE Lleida (creado en 1939 y desparecido en 2011 y que jugó dos temporadas en Primera División y 24 en Segunda) desde 2007 a 2010, y por cuya gestión, que generó una deuda de 10 millones de euros y la posterior desaparición del club, fue juzgado y, finalmente, absuelto. En realidad, Pablo Rivadulla se parece más a un pequeño burgués aburrido y mediocre que no ha sabido hacer otra cosa para llamar la atención que ser más papista que el Papa, lo que le ha llevado a enaltecer a grupos terroristas como ETA y GRAPO, haciendo burlas del asesinato de Miguel Ángel Blanco, a agredir a periodistas y amenazar a testigos y, a consecuencia de todo esto, se ha ganado una condena a dos años prisión. Es otro de esos comunistas de pacotilla, fascinados por Marx, Lenin, Stalin, Mao o Ernesto Guevara, que pretenden una “dictadura del proletariado” desde la comodidad de casa de papá y protegido por su dinero.
Estos días hemos visto cómo cientos de jóvenes, y no tan jóvenes, alentados por ciertos políticos, se han concentrado en diversas ciudades, y cómo han terminado saqueando comercios, quemando contenedores, lanzando adoquines contra la Policía y los negocios, agrediendo y provocando destrozos de diversa índole, amén de la nefasta imagen de España en el exterior que estos altercados y la laxa actitud del Gobierno, que condena la violencia con cierta desgana, producen; sin embargo, se quiere investigar la actuación de los CCFFSE ante estas concentraciones ilegales que, además, son focos de contagio y que, curiosamente, no han producido las quejas del personal sanitario, como sí las produjo la manifestación, en coche particular, que convocó Vox contra el Gobierno en mayo del año pasado. Se apela constantemente a la “libertad de expresión” arguyendo que las declaraciones y “canciones” del susodicho se enmarcan en el ejercicio de su libertad de expresión; sin embargo, apelar a esta, habitualmente, es la manera de tapar la falta de respeto y la total ausencia de consideración hacia los demás, eso que se denominaba urbanidad y que tanto aterra a los “progresistas”, un síntoma de la degeneración de la sociedad, de la falta de control que los individuos tienen sobre ellos mismos.
Hace una semana escribí una carta, en esta misma sección, sobre los disturbios preelectorales en Cataluña, e hice notar que aquellos disturbios no eran espontáneos, que estaban organizados, coordinados y completamente medidos y programados, como otros muchos a lo largo y ancho del mundo y, posiblemente, subvencionados con nuestro dinero a través de los impuestos confiscatorios. Estos nuevos disturbios tampoco son aleatorios, los grupos anarquistas están detrás, como se han esforzado en demostrar diversos medios de comunicación (es curioso cómo en algún medio se han mezclado a los anarquistas con la ultraderecha, con la intención de acusar a Vox, partido que califican de ultraderecha cuando es un partido liberal-conservador, de estar detrás de los disturbios). Lo sorprendente es que desde Podemos no se haya condenado la violencia, incluso Pablo Echenique les ha jaleado; esta actitud del socio de Gobierno se debe enmarcar con diversas noticias como el constante retroceso electoral del partido, la pérdida de peso dentro del Gobierno, los continuos conflictos internos en la coalición o las negociaciones entre PSOE y PP para un pacto de estabilidad (noticia aparecida en “ABC”), que hacen que alguien se pregunte: ¿es esta actitud del socio de Gobierno, apoyando implícitamente los disturbios, una forma de presionar a nuestro augusto Presidente, haciéndole ver en qué podría convertirse la legislatura si rompe el pacto, para continuar con la agenda comunista?
Para terminar, me gustaría apelar a la responsabilidad de quien pueda leer esto, ya que mucha gente se escuda en la equidistancia para no tomar una posición firme y defender sus ideas. Digo esto por las declaraciones de varias personas en las que dicen condenar la violencia de estos niñatos, pero que les entienden por la falta de expectativas de futuro de la juventud. ¡Vaya!, entonces, en 2008, cuando era presidente el inefable Zapatero, teníamos que habernos puesto a tirar adoquines contra la Moncloa en vez de trabajar y esforzarnos para sacar el país adelante, a pesar de las trabas de los políticos y el Estado.
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