Vainica doble

21 de Febrero del 2021 - Ramón Alonso Nieda (Fuentes-Arriondas)

Cuando el general De Gaulle regresó a París dispuesto a reconducir la revuelta estudiantil de Mayo del 68, en el entorno presidencial se apuntaba con insistencia a Sartre como instigador y responsable intelectual de los acontecimientos. Sesenta años antes, el pedagogo Ferrer Guardia había sido condenado y ejecutado por su presunta implicación moral en los sucesos de la Semana Trágica. De Gaulle supo distinguir las ideas de los hechos: “On n’arrête pas Voltaire”, sentenció. Y dejaron a Sartre en paz.

España, a la que pronto volveremos a llamar Estado español (como al sexo ya le llamamos género), acaba de cometer el error histórico de encarcelar al Voltaire local, o sea, a Pablo Rivadulla Duro, un mozetón ilerdense de aspecto más bien lerdo y de alias (dizque artístico) Hasél. Un Sartre de usar y tirar, un Voltaire “en rústica”, como antes se decía de las ediciones baratas. Un Voltaire, sin embargo, polifacético (además de plurimalhechor y multirreincidente), en cuyo salterio se alternan guarradas, burradas y atrocidades (les ahorro el repertorio, que inunda estos días los medios). Un Voltaire bronca, que las busca: condenado por agredir a un periodista y por amenazar a un testigo cuya declaración no fue de su agrado: “Te encontraré y te mataré”. De los podemitas, dicho sea de paso, tiene una opinión mejorable: “Son la pata zurda del fascismo” (que, con tantas patas, debe de ser un ciempiés).

La detención de Pablo Hasél movilizó de inmediato a las fuerzas vivas “del mundo del arte y de la cultura en el Estado español” (Almodóvar, Bardem, Almudena Grandes, Maruja Torres, el equipo de “Mongolia”, Cristina Fallarás, Valtonic, Willy Toledo...), que tienen una aplicación para estos casos que se activa sola y empiezan a salir folios de la impresora con el manifiesto: “Si dejamos que Pablo sea encarcelado, mañana pueden ir a por cualquiera de nosotros, hasta conseguir acallar cualquier suspiro disidente”. Suspiros disidentes: la cursilería, último refugio de la impostura militante.

No podía faltar Palo Echenique, xilguerín parleru que alegra con sus trinos la floresta. Pablo Eche azuzó a las mesnadas antifascistas y patrióticas, “force de frappe” del proletariado, que se echaron a la calle a mejorar la democracia y el mobiliario urbano. “Chúpame la minga, Dominga, que vengo de Francia”, se le oyó cantar a Eche, que también ejerce de rapero en horas libres. No se reproduce aquí el verso siguiente porque, no siendo artista, no tiene uno libertad de expresión para repetir guarradas. Conste, sin embargo, que Echenique no viene de Francia; viene de Argentina como Isabelita Perón.

Pablo Iglesias sostiene que la libertad de expresión es incompatible con la existencia de medios privados de comunicación y, todavía ayer, deploraba la ausencia de “un control democrático de la información”. Ese “control” paulino ¿no sería la censura de antaño pero en perspectiva de género? El mismo Gobierno que pone a un general de la Benemérita a sofrenar en las redes la marea antigubernamental y que, con la ley de Memoria Democrática, nos prescribe coercitivamente lo que hemos de recordar y lo que tenemos que olvidar se cruza de brazos ante la devastación del país y eleva a cuestión de principios (libertad de expresión) la elemental casuística de cómo impedir que haga daño un majara agresivo.

Anoche los tertulianos trabajaban a destajo por la libertad de expresión, en la sextaferia de La Sexta, en el mismo plató del que expulsaron para siempre a un periodista por describir como “gordita” a una dama, allí presente, manifiestamente fondona. Pues, hala, a pasear con mascarilla disfrutando de las mimosas en flor. Mientras Sánchez Quenoceja perfecciona nuestra democracia adaptando el Código Penal al cuerpo del delito con primorosas lorzas y jaretas.

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