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Pelayo condenado a la hoguera

22 de Febrero del 2021 - Roberto Aramburu (Ribadesella)

Esta misma semana nos hemos vuelto a levantar con noticias de múltiples incendios en toda la geografía asturiana, de hecho, mientras escribo estas líneas hay 30 incendios activos en 18 de nuestros concejos, pero sin duda, el que más nos ha llamado la atención es el que ha quemado 120 hectáreas del monte Priena, junto a la basílica de Covadonga, donde hemos visto, amenazados por el fuego a sus espaldas, imágenes de emblemas como Pelayo y la basílica de Covadonga.

Ya no nos sorprenden, incluso tienen fecha marcada en nuestro calendario, y a finales de febrero con viento Sur, los incendios son tan normales en nuestra geografía como lo es la temporada de monzones en el Pacífico Asiático. La gran diferencia está en que, con el fuego, nosotros tenemos más capacidad de acción, no para eliminarlos que va a resultar imposible, sino para amortiguar su incidencia y que causen los menores daños humanos, naturales y materiales posibles.

Su gestión y prevención no es fácil, profesionales con mucha más experiencia y conocimiento que yo trabajan cada día con ese fin, y se ven superados tanto por el número, como por la virulencia con la que se revelan. Nuestros montes cada vez son más vulnerables, consecuencia del aumento imparable del matorral, la dificultad de nuestra orografía, y la pérdida de los viales para poder acceder a los mismos, consecuencia del despoblamiento rural y del abandono del monte como bien de interés económico para los habitantes del territorio. Aquí es donde se diagnostica la base del problema, pero también es donde tenemos que pensar, que puede sentarse la base de la solución.

En los ganaderos está el mayor aliado para mitigar los daños del fuego, son la solución y no el problema, hay que escucharlos y apoyarles, no culparles. Sin ninguna duda ellos serán los jardineros de nuestro paisaje, y los más ocupados en mantenerlo vivo. Es evidente que primero lo harán por interés económico, pero primordialmente lo harán por arraigo y amor a su tierra, a su cultura y tradiciones; por respeto a sus antepasados, a sus valorares y creencias; por apego a sus rebaños (lo comprenderemos si pensamos en el valor que para muchos de nosotros tienen nuestras mascotas trasciende al económico), en definitiva, porque quieren esa vida, por encima de la rentabilidad económica que puedan obtener de un trabajo, que no te permite días de descanso ni vacaciones programadas, ni tan siquiera un horario establecido, y que después de todo el esfuerzo, la cuenta de resultados tampoco es muy apetecible.

El medio rural vive en una espiral que provoca cada día el cierre y abandono de explotaciones, y por consiguiente, las consecuencias que todos sabemos: envejecimiento de la población, pérdida de patrimonio etnográfico (cabañas y hórreos) disminución y encarecimiento de los servicios, deterioro de las infraestructuras, etcétera; y esa misma espiral crece como una bola de nieve que arrastra al resto a la desesperación, no ver oportunidades y abandono.

Es evidente que estamos en el momento de pensar en otro tratamiento para el problema, el actual no sirve, y si seguimos con él obtendremos los mismos resultados. Hay que cambiar el modelo desde la base, hacer de los habitantes agentes esenciales del cambio. Lo primero y más importante es hacer que se sientan valorados, que se les tiene en cuenta en las decisiones, que quien administra sus vidas, las conoce, las valora y las defiende. Hay que tenerlos en cuenta en la gestión del lobo y regular una convivencia pacífica y pactada, no impuesta. No podemos vedarles el pastoreo en los montes públicos, sino fomentarlo para regenerar el suelo quemado. Hay que permitir que usen el fuego como herramienta de conservación, con quemas prescritas., como se está haciendo en otros países.

Necesitan apoyo y formación para gestionar sus recursos y empresas, tutores que les guíen en lo que desconocen, sentirse valorados y percibir un futuro cierto y seguro. Necesitan tener la seguridad de que podrán ofrecer un futuro sostenible para los suyos, de no ser así, buscarán como haríamos cualquiera de nosotros, otro camino. Necesitan sentirse valorados, que son parte importante de nuestra sociedad y que son imprescindibles para mantenerla. Más que recibir ayudas, lo que precisan es herramientas para gestionar los recursos existentes, instrumentos inmateriales, formación y conocimientos, puesta en valor y reconocimiento público, en definitiva, motivación.

Solo desde la motivación obtendremos resultados, nunca desde la prohibición y el castigo. De no hacerlo, estamos abocados a ver agonizar nuestros pueblos, y por consecuencia nuestros montes, calcinaremos parte de nuestro pasado y cultura, y por consecuencia, condenaremos a la hoguera a Pelayo y a otros muchos de nuestros símbolos.

Tenemos la obligación de promover su actividad, y ellos tienen la responsabilidad de llevarlo a cabo.

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