La noche toledana del 23F: Memorias de un reportero
Cuarenta años de aquel jaleo, pero con las glorias no se acabaron las memorias para mí. Son nítidos mis recuerdos de aquella noche fría y seca del febrerillo loco, mucha contaminación, pesaba el aire mefítico que flota sobre el cielo madrileño cuando no llueve. Eran las nueve de la noche y yo acababa de escribir un reportaje, era colaborador de la agencia Efe. Escribía contra todo lo que se movía para sacar adelante a mi familia.
Decía Alas Clarín que el periodismo no da para comer, pero a veces llega lo justo para merendar.
Conecté el receptor de radio y para mi sorpresa comprobé emitían música militar, lo cual me enardeció el corazón, me vestí rápidamente de trapillo americana y pantalones de pana color beige y un tapabocas para el frío y me lancé a la calle con mi cámara fotográfica bajo el brazo.
“Ya están ahí pensé”. Soy hijo de militar y he mamado la leche de Mayorías. Cuando era corresponsal del “Arriba” en Londres tuve algunas peleas con un colega del “Daily Telegraph” que sostenía el criterio de que un millón de hombres bajo las armas eran un problema que había que solucionar a la muerte del dictador.
Harold Sieve me dio el titular para encabezar la crónica de aquella noche toledana: ridiculizar al ejército franquista, el que ganó la Guerra Civil con la anuencia precisamente del Jefe de las Fuerzas Armadas que era el Rey. De paso la monarquía firmaba su acta de defunción y se convertía en un tigre de papel estampillado. Ese y no otro era el objetivo, la clave de lo que iba a pasar aquella noche de marras que yo viví.
Me acerqué al Gijón. Estaba vacío. Mi amigo Alfonso Pérez Pintor, el cerillero, un anarquista que me salvó en algunas ocasiones que me excedí con el “cristal” era el único presente en el establecimiento que fue mi refugio y mi paño de lágrimas en los años de plomo de la Transición. Estaba allí de plantón. Le invité a una copa y me dijo: “No bebo cuando estoy de servicio y creo que esta noche va a ser larga, tú tomate dos”.
Con las mismas subí hasta la puerta de Alcalá. Allí me topé a unos personajes con gabardina blanca y sonotone hablando en inglés. Los tipos eran unos verdaderos armarios. Sin duda agentes de la CIA.
Debajo de la gabardina les abultaba la “pipa”. No les di las buenas noches y bajé hasta Cibeles.
Presencié el primer incidente de aquella noche... toledana, muchos nervios pero no se escuchaban ruidos de tanques: un “secreta” muy bien plantado al que yo había visto ir a bailar con sus pirulis al Pasapoga sujetaba a un individuo en el suelo y le apuntaba con una del calibre 38.
Bien empezaba la cosa, pero el policía le mandó levantarse y el tipo, un sanculotte desgreñado, puso pies en polvorosa. Cuando llegué al Hotel Palace aquello era una romería. Estaba todo el Madrid político, periodístico y militar pisando alfombra.
Con mi Pentax en ristre tomé algunas placas de los alrededores del Congreso (desafortunadamente los dos carretes se los cedí a uno que trabajaba en el “Ya” por nombre Juan Luis. No los volví a ver; mala haya el caballero que sin espuelas cabalga, hice el tonto al fiarme de aquel tipo al que años más tarde hallé trampeando las calles, cerró el periódico y se convirtió en un vagabundo sin techo, Dios le haya perdonado la fechoría que me hizo; supe que trabajaba para los Servicios, era un vulgar soplón el Juan Luis).
Vi a un guardia civil veterano ofreciendo café caliente a la gente que pasaba por allí en tazas de plástico. Decía “nosotros somos unos mandaos” con acento andaluz.
Barrunté que aquella movida era el esperpento de un montaje suficientemente preparado con antelación.
Me quedé sin tabaco y le pedí un cigarro a un fotógrafo del “Mail” londinense al que conocía de vista. Había llegado en un avión especial fletado por los ingleses la noche anterior. Más olor a chamusquina. ¿Cómo es posible que toda la prensa internacional estuviera allí para ver el golpe? ¿Quién les había avisado?
Le sorprendió al inglés mi acento cockney. “Tú no eres español”... “Soy tan madrileño como la Puerta del Sol”. Un periodista no ha de padecer anosmia. Su nariz ha de ser larga para captar el olfato de un “topo” a una legua de distancia. Pero el tabaco que me dio el colega era excelente DunHill.
Me entraron ganas de exonerar la vejiga y en los urinarios del hotel de manos a boca topé con el general Sáenz de Santa María, ministro de la Gobernación, haciendo pis escoltado por dos guardias civiles de paisano. Parecía muy silencioso y preocupado.
Alguien que debía de ser muy de derechas comentó que aquel militar asturiano estaba cagado de miedo. “Mírale cómo va, no le cabe un piñón por el culo”. Sí, había muchos nervios y podía pasar cualquier cosa.
Las radios bramaban desde dentro del hemiciclo. El Butanito de Luarca se coronó de gloria narrando aquella charlotada que pudo terminar en tragedia y solo acabó como las viejas comedias de atadero con un “fuese y no hubo nada”.
Ya de madrugada la tensión fue decreciendo, se esfumaron los corrillos en el vestíbulo del Hotel Palace.
La luz de la aurora nos obliga a presenciar a guardias civiles saltando por la ventana: una imagen que hubiera querido yo no ver nunca, pero asistí a la “toma del Congreso”. El golpe era un autogolpe. El caballo de Pavía trotaba triste y vencido por los adoquines de San Jerónimo. No tocaban a muerto en la Almudena y los “demócratas” lanzaban gritos de Resurrección. Al día siguiente entonaban el vayamos todos con flores a porfía a la musa de la Democracia. Rosa María Mateo, la chica de la tele, encabezaba la manifestación y yo tuve agallas para bajar por la calle Atocha cuando todos subían. Me la jugué, me enfrenté a torvas miradas. Podían haber ido a por mí.
Tejero, un tío, con gesto firme y sereno se despidió de sus hombres con un apretón de manos y subió a aquel autobús destartalado que los trajo a dar el golpe camino del trullo. El general desconocía que habían utilizado su tricornio, el honor de su guerrera, su pistola y su grito de “quieto todo el mundo” para actuar de payaso en la charlotada.
Su Majestad el Rey Juan Carlos habló por le tele con cara de circunstancias. Yo creo que había sido manipulado. Parecía el juguete de un gran guiñol cuyos hilos manejaban dedos invisibles.
Yo pensé a contrapelo de lo que se ha dicho y escrito porque el 23F se ha convertido en un “Watergate a la española”, una orquesta de la confusión al objeto de que lo verdaderamente ocurrido en aquel lance nunca se sepa. Yo pensé haber asistido a la segunda voladura del “Maine”, el Ejército que ha sido baluarte de la patria y de sus leyes fundamentales se acabó. Otros que digan misa y pongan paños al púlpito. Comulgar con ruedas molineras yo no.
Que cada palo aguante su vela y cada uno estornude como Dios le ayude. Al monarca sus “amigos” lo dejaron solo. Eso sí, bien cubierto el riñón de dineros y prisionero en una jaula de oro de los Emiratos Árabes Unidos. Bueno, la cosa no tiene vuelta de hoja, lo que pasó que todo sea por el bien de España. Sigamos viviendo... en lo que nos dejen.
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