La nuez
Hay dos valles asturianos que me cautivan y que conozco en toda su profundidad, bosques, cumbres y todos sus recovecos que completan un pintoresco y bello medio rural. Y en estos dos valles, las aldeas y pueblinos son importantes y ricos en el campo y ganadería. Estos dos valles son el de Río Negro, en Aller, y el del Huerna, en Lena. Los dos valles tenían sus “bromistas oficiales”, famosos y muy conocidos. El allerano, Carlos o Carlones, era de Murias, y algunas de sus bromas eran casi de Juzgado de guardia, como aquella gastada a un mielero de la Alcarria, al que dejó en calzoncillos agarrado a dos pellejos de miel que llevaba sobre una mula.
El “bromista oficial” del valle lenense del Huerna era Manolín “El Vivo”, del pueblín de La Cruz, situado entre Telledo y Riospaso. De “El Vivo” ya hemos hablado aquí cuando recordamos a aquellos paisanos del valle del Huerna de los años treinta y cuarenta, y cómo era muy conocido y popular al haber sido gaucho en la Pampa argentina y trabajado en la construcción del canal de Panamá. Bueno, pues después de su aventurera vida por las Américas, nuestro paisano volvió a tirar de pico y pala pero en la construcción de la carretera del valle del Huerna, que tiene un trazado de 27 kilómetros desde Campomanes hasta el Alto del Palo, límite con León.
La cuadrilla que trabajaba en el tramo de carretera de Telledo a Riospaso la mandaba un hombre de mala prosapia, un tiranzuelo llamado Feliciano, al que Manolín “El Vivo” no podía ver y reprochaba su forma desconsiderada de tratar al personal. El Feliciano de buena gana lo hubiera despedido, pero se andaba mal de personal y Manolín era un buen trabajador y con él se irían más.
Los domingos subía a Riospaso Antón, barbero y peluquero de Tellado, y allí pelaba y rasuraba a los trabajadores de la carretera. Luego había fiesta con bailoteo, mucho tintorro y buenas cogorzas. Al cliente que era flacu y esmirriáu de cara, Antón le metía una nuez en la boca y según le iba afeitando le mandaba pasar la nuez de un lado de la cara a otro para pasar la navaja, que según “El Vivo”, Antón la afilaba como un gadañu. “Sí, la cabruñaba a martillazu limpiu”. Claro que aquellas barbas eran como los pelos de un jabalí.
Esta carretera del Huerna, de buen trazado, siempre estuvo muy abandonada y mal conservada, lo que ha dado motivo a que los vecinos de los pueblos protesten y se manifiesten indignados por un abandono que se puede calificar de despreciativo, lo que torpedea el turismo que siempre ha tenido ese hermoso valle lenense. Y como remate, esa tomadura de pelo a los asturianos que es la variante de Pajares, que lo que se ha hecho hasta ahora es destrozar el paisaje desde los Pontones hasta Campomanes. Por el contrario, en el otro valle de nuestra querencia, el allerano de Río Negro, tiene hoy una hermosa y gran carretera que ha multiplicado el turismo a todos los pueblos y lugares, rutas pintorescas como la que termina en el Rasón.
Volviendo al valle del Huerna, a Antón y su nuez y barbería ambulante, el domingo a que nos referimos ahora, vino a coincidir con la fiesta de Riospaso, que se iba a celebrar por todo lo alto. Antón no paraba de cortar y rasurar. Feliciano el capataz de aquella cuadrilla, dándoselas de mandón y vestido con sus mejores trapos, ocupa ahora el cajón que hace de sillón de la barbería al raso y bajo un sol de justicia. Flacuchu y esmirriáu, Antón mete su nuez en la boca de Feliciano, que la pasa al lado que le manda el rudo barbero. Y en ese mismo momento aparece y entra en escena Manolín “El Vivo”, que se planta en jarras ante el capataz y lanza una gran carcajada. Feliciano bufa indignado y el barbero le pregunta a “El Vivo” de qué se ríe.
–Pues que la nuez que tien en la boca el capataz, como tú ya sabes, ye la misma que yo tragué el sábado pasáu...
Feliciano pegó un salto, tiró el cajón y escupiendo la nuez, jabón y cagazos, saltó a la carrera y no paró hasta Telledo.
Lo de la indigesta nuez tuvo su remate más tarde cuando Feliciano el capataz se encontraba sentado a la puerta de su casa rumiando cagazos y pesares para “El Vivo” y unos niños que venían de un nozal próximo le dijeron: “Señor capataz, ¿quier una nuez?”. Y el Feliciano, bufando como una ballena arponada, pegó otro salto y en el suelo quedó espatarrado de espaldas y de ano. Mal día fue aquel para el capataz Feliciano.
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