Como si de una reconciliación se tratase
Esta es una historia que seguro que a todos ustedes les sonará. A todos les ha podido pasar.
Dos amantes, dos enamorados, dos personas que se atraen, que no se conciben el uno sin el otro. Hasta aquí nada extraordinario.
Todo eso que parece inquebrantable, que ni el peor de los tsunamis podría romper.
Pero nada en esta vida es seguro salvo la muerte. De repente, una mañana recibes el tan odioso "tenemos que hablar". Todo tu mundo se viene abajo.
El enamoramiento se convierte en cuestión de un segundo en agobio y todo se rompe. Tú, desde tu incomprensión, sabes que esta decisión no está razonada ni madurada. Guardas dentro de ti la certeza de que más tarde o más temprano el orden se restaurará.
Y como en el 75, la clave está en la transición. Ese intervalo de tiempo que pasa desde la ruptura hasta el "si te apetece mañana nos podemos ver, solo si te apetece".
En ese periodo pasan mil cosas. Al principio lloras, sufres, piensas los porqués... Nada tiene explicación. ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí? Valga el título de los "Dinarama"
Poco a poco los colegas te animan, te dicen que salgas, que bebas, que conozcas a nuevas chicas. Tú, pueril y orgulloso, les haces caso. Buscas que ella se entere, ver cuál es su reacción. Y en el fondo te arrepientes. Sabes que es un error.
Hasta que de repente la rutina es la mejor medicina. Sin darte cuenta, vuelves a hacer tu vida.
Cuando ya ni te lo esperas, recibes un "¡Hola!, ¿qué tal? Quería saber si estabas bien". Corres y hablas a tu mejor amigo, "macho, ¡me acaba de hablar!". Durante unos días eres cauteloso, no quieres cagarla, hasta que, como dijimos, surge la cita.
Te preparas, ni muy arreglado ni muy informal, con las cosas claras, sin enseñar tus cartas. La cita transcurre bien. No hay reproches ni insultos. Todo fluye y, cuando la acompañas a casa, surge el beso y la reconciliación. Y te preguntas aliviado: ¿no hubiera sido más fácil buscar una solución a tiempo? Nos hubiéramos ahorrado estos meses tan duros.
Pues algo así nos ha pasado a todos cuando el presi Barbón nos volvió a cerrar el interior de los bares.
Fue como esa relación que de repente se rompe sin que te huelas la tostada. En especial, y como muchos de ustedes saben, a mí Barbón me cerró el Café Central. Durante este mes, el luto fue muy duro. Me sentía desprotegido. Huérfano. Furibundo.
Durante este tiempo, cada mañana esperaba el titular del periódico, como el ex que mira el Whatsapp desconsolado, esperando el mensaje de su amor. Pero nada.
Al principio, me negaba a probar cosas nuevas. ¡Imagínense que se enteran en el Café! ¡No me lo perdonarían! -piensas-. Como esa ex celosa que no quiere que nadie se arrime a su coto privado.
Con el paso de los días me aventuré y me senté en alguna terraza, pero todo me recordaba al Café. Los posavasos, el servicio, la limpieza... Nada era comparable. A todo le sacaba una pega.
Y de repente, cuando febrero ya tocaba su final, recibí el mensaje. Se me abrió el cielo. Como esa novia que se arrepiente de su decisión. Y nos dijeron que Gijón salía del riesgo extremo y el viernes podríamos volver a entrar en un bar. Yo volvía a entrar al Café.
Desde que amanecí algo me corría por el estómago. El desayuno de la mañana no entró como de costumbre. Quería que el tiempo pasase cuanto antes. Seleccioné mi atuendo, con cuidado, no quería pecar de pretencioso.
Llegó el momento, la sacrosanta hora del aperitivo. Por el camino, mil pensamientos, mil recuerdos, mil preguntas. ¿Seguirá todo igual? ¿Me habrán echado de menos?
Giré la preciosa puerta de entrada y los miedos se convirtieron en alegrías. Todo volvía a relucir. Nuestra mesa, libre, como si me hubiera estado esperando hasta hoy. Recelosa de que alguien colocase alguna consumición que no fuera mi manzanilla.
Como si el tiempo no hubiera pasado, Pedro y Manu nos saludaron (a mi padre y a mí) con el ya clásico "buenos días, señores, ¿qué ponemos?". Y al dar el primer trago al catavinos, fue como ese beso de reconciliación que sabe a recuerdos maravillosos pero, sobre todo, sabe a conocido. Alegremente conocido. Piensas, ¡ya está todo arreglado! Y solo anhelas que nadie ni nada te vuelva a apartar de lo que es tuyo. Que ojalá antes de tomar otra funesta decisión, le demos un par de vueltas y busquemos una solución menos radical. Que nos pongamos en la piel del otro para evitar hacer daño innecesariamente.
El Café ha vuelto en el día que C. Tangana modernizó lo cañí. Hoy todo son buenas noticias. ¡Qué maravilloso es este país!
Con cariño y agradecimiento, a la plantilla y familia del Café Central de Gijón.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

