Y... ¿quién tiene la razón?
La ley, la política, el pueblo, ¿quién tiene la razón? Sobre eso se ha escrito y debatido en todas las épocas. Hay frases célebres que tratan de definir la razón bajo conceptos no solo muy distintos sino contrapuestos; pongamos dos ejemplos: "La razón o el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales" (Descartes). "La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón" (L. Tolstoi).
Claro, con estas y otros cientos de definiciones podemos hacer un pote gallego y a tragar, cucharada y paso atrás. Hoy no importa tanto el buen sentido general sino vencer sin tener que convencer, y con los medios actuales se puede arrimar el ascua a cualquier sardina tan solo con una miaja de poder, o de maña, de imagen, locuacidad, impertinencia, o del insulto puro y duro -algo que mola a la gente chulesca-. Pues sí, la razón es manipulable, por eso... ¿dónde encontrar la verdadera razón? Yo me atrevo con esta definición: "La razón está en las pruebas que demuestran una verdad".
Quien nos ha creado nos ha dado la capacidad de razonar sobre la base de la verdad, pero... ¿nos interesa su ayuda, o preferimos poner en duda su existencia para no tener que rendirle cuentas? Hay razón sólida para creer que un Creador invisible sí existe, porque podemos observar la prueba, los resultados físicos de su actividad (Romanos 1:20-23). Notamos esto en la perfección y complejidad técnicas de la estructura atómica, en el universo magníficamente organizado, en el singular planeta Tierra, en los asombrosos diseños de los organismos vivos y en el imponente cerebro humano. Hasta los materialistas aceptan esta ley de causa y efecto en todos los demás asuntos. ¿Por qué no aceptarla también en cuanto a los conceptos? Para Dios, la razón se basa en la verdad (Romanos 2:2).
¿Nos interesa su visión sobre este momento? Pues... leamos 2 Timoteo 3:1-5, hagamos ese pequeño esfuerzo, puede que nos resulte muy orientador.
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