China y el tigre blanco
Durante mi primera visita a China en 1999 no dejé de sorprenderme. Era un sobresalto tras otro, una economía en despegue a velocidad de crucero. Una de las cosas que más llamaron mi atención fue el día que compramos la maleta que debíamos llenar con encargos de familiares y amigos. La mayoría de los cobradores de las tiendas cuando les entregabas el billete daban varias vueltas a los yuanes y sus ojos varias veces, con mucha desconfianza, para evitar que fueran falsos.
La última vez que volví a ese extraordinario país fue en 2016. La población trabajaba mucho y muy duro, como chinos, pero obtenían sus recompensas sociales y materiales con facilidad. La sociedad aspiraba a ser occidental y una gran parte de ella ya lo había conseguido.
Otra cosa es la libertad política, las opiniones, la información, las redes sociales, el ordeno y mando del Partido Capitalista Chino, vamos.
En general, me parece que están muy felices con su particular pirámide de Maslow que han conseguido en tiempo récord digno de los Guinness.
Se abre aquí el gran debate que está muy bien reflejado en la película “Tigre Blanco”, basada en el antagónico desastre socio-económico indio, la mayor democracia del mundo. El protagonista en un momento en el que describe a su país carente de las mínimas condiciones de higiene dice: “Prefiero que tengamos cañerías a democracia”.
Un servidor hará como el capitán Renault en la película Casablanca: “Personalmente, me adaptaré a lo que venga”, porque en el 2016 el que miraba los yuanes cuando me los devolvían en las tiendas era yo.
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