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La librería Cervantes, templo del saber

8 de Marzo del 2021 - José Antonio Álvarez Flórez (Oviedo)

Es miércoles, 24 de febrero. Ojeo la prensa a media mañana; una noticia, en primera página, me impacta. Cierro el periódico y decido leerlo más tarde. Prefiero pensar en silencio, de modo que calzo las zapatillas de pasear y me dirijo al Naranco, justamente a eso, a meditar en ese monte mítico, tan nuestro y tan amado como ajado. Ese monte que nos regala el agua de mil y un manantiales que fluyen cristalinos, ladera abajo, apagando la sed de prados y cultivos; el mismo monte verde que también nos da el oxígeno de la vida, mientras nos protege de los vientos del Norte.

Continúo sin poder sacar la noticia de mi cabeza, de modo que para evadirme decido seguir el itinerario del Camino de Santiago por la Argañosa, hasta San Lázaro de Paniceres. En este pueblo, de toponimia asociada al cultivo del trigo y la escanda, el camino que lleva al monte gira al Norte y se estrecha siguiendo la traza de una vieja senda ganadera, un tramo que se abre paso entre el verde de hermosos prados, donde prosperan robles majestuosos que crecen en sus lindes.

Por un momento, me detengo, miro al cielo azul y, aunque el día luce de primavera bien entrada, caigo en la cuenta de que los pájaros están callados. A estas alturas, numerosas especies de aves, estimuladas por el sol y una temperatura primaveral, deberían estar en concierto. Pero no, ni trinos ni gorjeos. Solo se escucha el silencio.

En mi reflexión, nuevamente el recuerdo de la portada del periódico. Se me antoja que quizás jilgueros y zorzales guarden silencio por una causa mayor, tributando respetuoso homenaje a Conchita Quirós, cuyo fallecimiento nos cogió a todos por sorpresa, puede que también a los ruiseñores. Tal vez los pájaros estén absortos observando cómo el halo luminoso de la ilustre librera de España se eleva en las alturas y quién sabe si a estas horas Conchita ya estará fomentando la lectura y recomendando libros allá arriba, entre los elegidos.

Ya en la cumbre, me tomo un reposo prolongado, ocupado en recuerdos lejanos. Recuerdos de infancia, de cuando mis padres venían a Oviedo frecuentemente, desde Trubia, en aquel viejo tren humeante que les dejaba en la otrora bulliciosa estación del Vasco. Cuando regresaban a casa era para mí un momento expectante, sabedor de que siempre pasaban por la librería de la calle Doctor Casal, la vieja librería Cervantes, con cuyos libros se forjó no solo mi infancia, sino mi adolescencia y juventud, en cuanto que gran parte de los textos y otras lecturas complementarias que utilicé para superar las enseñanzas media y universitaria me llegaron de la mano de esa prestigiosa librería. Libros que cambiaron mi vida, para bien, y la de tantos estudiantes de Oviedo y de toda Asturias. Libros que aún ocupan un lugar preferente en mi biblioteca y que no solo me acercaron al conocimiento, sino que me facilitaron el trato con personas tan relevantes como el fundador de la librería, Alfredo Quirós, y su hija Conchita, con quien en alguna ocasión conversé sobre la figura de su padre.

Al fundador, Alfredo, siendo yo muy joven, me lo presentó, en la década de los setenta, un amigo común, llamado Manuel Nuevo, nacido como Alfredo en la parroquia de Pillarno, en Castrillón. Manuel era un maestro muy culto e inteligente, que atesoraba en su persona tanta sabiduría como bondad, profesor formado en el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza. La presentación fue en la vieja librería de Doctor Casal y, evocando la juventud de ambos, Manuel sacó de su cartera una foto en sepia, en la que aparecían él y Alfredo en la playa de Salinas, allá por los años veinte de la pasada centuria, coincidiendo con la fundación de la librería. La conversación en todo momento estuvo centrada en el ámbito de la cultura y duró más de dos horas. Pasados ya tantos años, aún revivo con emoción el privilegio que tuve de escuchar a dos personas excepcionales.

En esta atmósfera de dolor y luto, creo que también merece especial recuerdo el personal de la librería Cervantes; todos tan profesionales como Andrés, rebosante de bonhomía, felizmente jubilado hace un tiempo, después de 50 años asesorando con inmensa paciencia y sabiduría en cuestiones bibliográficas, bien fuese de física, química o cálculo diferencial e integral, por citar solo unos ejemplos.

A los ya ausentes Alfredo Quirós y su hija Conchita, y a los actuales responsables de la librería, es obligado agradecerles su ejemplo, su profesionalidad y sabios consejos, agradecimiento que es justo hacer extensivo a tantos libreros que enarbolan la llama del saber, en un acto quijotesco, no solo en Oviedo, sino en cualquier rincón de Asturias y del resto de España. Un gremio que debe ser protegido por los poderes públicos y apoyado por todos nosotros, los lectores, y la sociedad en general, para que casos como Ojanguren, Polledo, Santa Teresa y tantos otros no amanezcan cualquier día con la persiana bajada.

Absorto en mis pensamientos, desde la cumbre de nuestro monte, contemplo un hermoso panorama de la ciudad y veo apuntando al cielo la vieja torre de la Catedral gótica. Recorro con la imaginación el camino hasta la calle Doctor Casal, pasando por delante de San Juan el Real y, unos pasos más abajo, me imagino la figura de Conchita, sonriendo mientras saluda y abre la puerta de la librería. Como en tantas ocasiones, entro, le pregunto y, al instante, tengo el consejo literario que justamente necesitaba.

Sigo ensimismado en mis reflexiones y me percato de que cuando estás en la librería Cervantes, te encuentras atrapado por la atmósfera cultural de un templo centenario, único, de modo que me digo para mis adentros: "Puede que Oviedo no tenga una catedral, sino dos".

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