Mis habilidades

8 de Marzo del 2021 - Antón Corostola (Avilés)

Hoy, en la sección de los “fósforos” de la COPE en el programa de Carlos Herrera, el tema trató sobre las habilidades de tertulianos y “fósforos” en las salas de máquinas de juegos. Tengo que confesar, en modo laico, no se asusten los agnósticos de pacotilla, que yo con 85 años no entré nunca en una sala de esos juegos. Lo explico, como ya conté en varias ocasiones, nací, crecí y parcialmente me eduqué en mi querido San Juan del lao de allá, en la margen derecha de la ría de Avilés, en la calle de Antonio Fernández Hevia del municipio. Hasta que cumplí los 17 años no disponíamos de electricidad, agua corriente ni carretera. La conexión con el centro era por mar y tranvía desde la Dársena. Fui a la escuela a los cuatro años, a la Dársena en la margen izquierda, después a Nieva, instalada en los bajos de un hórreo, compartiéndola con una pipa de sidra en fermentación, más tarde a San Martín de Podes, luego a Santa Leocadia de Laviana y finalmente con nueve años y medio al San Fernando de Don Víctor en la Magdalena, donde cursé el ultimo bachillerato de ingreso, siete años y examen de Estado en la Universidad. Tenía que cruzar la ría a remo, caminar entre vagones de carbón para tomar el tranvía hasta el parque y desde allí caminando hasta la Magdalena. A la vuelta, lo mismo, así que no había mucho tiempo para la diversión. En nuestro pequeño reino de San Juan, no había máquinas recreativas.

Mi diversión en semana no existía hasta llegado el verano y éramos felices yendo a la playa de San Balandrán a cuatro remos en el Pasteur, pescando salmonetes y robalizas frente a casa, cruzando la ría a nado y con más edad pescando calamares en medio la mar. En invierno, pescando angulas desde casa.

Ya estudiando carrera en Gijón, el dinero que nos daban para pequeños gastos, generalmente iba para vino blanco perronero, buñuelos rellenos de pescado, muy buenos en Manuela, pero regulares donde los tomábamos, porque eran más baratos. La diversión en Gijón, la propia de la edad con poco dinero, sobre todo mucha calle Corrida.

En vacaciones de Navidad, iba con mi abuelo, a remo la mayor parte de las veces, a pescar abadejos al mismo caladero donde estaban los profesionales de Cudillero, que siempre decían: “Ya está ahí Pachico con el nieto”.

Terminada la carrera, empecé a trabajar, conocí en la playa del Arañón a la que hoy es mi mujer y cambió la rutina recreativa. El trabajo me llevó a Barcelona, donde solo y aburrido aproveché el tiempo libre para continuar estudiando, y de vuelta a Madrid ya casados nos instalamos en Alcalá de Henares, donde por razones de salud ya no puedo disfrutar del mantenimiento del jardín como me gustaría y lo tuve que “externalizar”.

En Avilés, comidas con amigos y con nuestra hermana María Teresa cuando sus circunstancias se lo permiten y meriendas con sidra en la Botella. Antes de la pandemia, una vez al año visitar a los nietos y la familia americana al sur de Chicago y disfrutar con ellos en España, también una vez al año.

Por razones de trabajo, conocí toda España y, como anécdota, la noche que murió Franco, dormía yo en Barcelona en un hotel de cinco estrellas, también por trabajo. Para nacer y crecer en un lugar tan modesto, al que adoro, no me fue mal en la vida. No me quejo.

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