Lazos de sangre
Sigue la lapidación de las infantas Cristina y Elena por la cuestión de las vacunas. Van a tardar en faltarles las piedras a los lapidadores en un país de secarral y donde tiene mejor prensa el rencoroso, vengativo y sañudo Inquisidor General, el asturiano Fernando Valdés Salas, que su víctima el cardenal Carranza, sabio, generoso y bueno. Valdés al menos sigue saliendo en los papeles; quién sabe, en cambio, quién fue Carranza.
Debe de ser innata la tendencia a defender causas perdidas, así que vamos allá. Si mi padre estuviera, anciano y enfermo, confinado al otro extremo del mundo, por supuesto que iría a verlo. Confinado, don Juan Carlos lo está y ello, de forma extralegal puesto que se le niega el derecho de cualquier español a entrar y salir libremente del territorio mientras un juez, en ejercicio de su jurisdicción, no le haya retirado el pasaporte (medida que no ha sido adoptada con el Rey emérito).
Y si en destino me ofrecieran la oportunidad de ponerme la vacuna para evitar la barrera de las cuarentenas y poder seguir visitando a mi padre, no lo dudaría un segundo. Elena y Cristina, antes que infantas de España, son hijas de su padre. Ley primordial de la sangre. Aunque supongo que citar a Antígona sea tan superfluo como nombrar a Carranza: en España el progresista es el inquisidor.
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