¿Quién quiere la verdad?
En los años cincuenta hice el Bachillerato en Barcelona, entre jóvenes catalanes, andaluces o murcianos. Me peleaba a menudo porque tenía que defender al pequeño frente al grande, pero nunca recibí una paliza de rechazo nacionalista ni idealista. La propaganda del sistema frenaba una posible resistencia, pero no el desarrollo normal de la sociedad. En este presente, las dictaduras democráticas o las otras también utilizan la propaganda pero con más medios y más poderosos.
La información tiene ahora un poder más retorcido sobre las masas, es más sofisticada, puede manipularse no solo con mentiras sino hasta con la frase, el adjetivo, el acento de un personaje, no importa si es prófugo de la justicia o directamente reo, y convertirse en propaganda envenenada, que a su vez, puede levantar ampollas en una herida ya curada, ¡Qué lástima!
Aparte de los medios, han cambiado mucho los conceptos. Los conceptos -idea, opinión, o juicio- pueden variar hasta considerar que lo blanco es negro y viceversa, respecto de lo más banal o de lo más trascendente; de modo que no son muy de fiar, ni los de los demás ni los propios; además, andar comprobando, pesando y midiendo el juicio establecido en cada historia, cultura, hechos y dichos, parece demasiado esfuerzo; quizá por eso no nos resulta simpática la idea de poner en cuestión al sistema. Aceptamos lo que nos eche, seguimos, y hasta le cogemos apego, y en muchos casos, fervor incondicional. En ese caso, ninguna verdad, documentada, probada, y fácilmente aceptable por lógica y coherente, puede competir con nuestro propio cansancio, aunque ya no quepan dudas de que lo que se nos enseñó en el seno de una familia, de una cultura, de una historia o de una tradición, no es verdad, no es verdad, no es verdad.
¿Por qué no aprovechar esta hibernación para reconciliar a nuestro yo con la verdad?. La verdad puede rescatarnos de la muerte, la física y la otra: "Conoceréis la verdad, y la verdad os libertará" (Juan 8:31,32). Primero conocer, y después defender; por un precio, claro. "Compra la verdad y nunca la vendas" (Proverbios 23:23).
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