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El celtismo asturiano

16 de Marzo del 2021 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

Los celtas son un enigma y una etnicidad dudosa. Una cosa es el difusionismo cultural y otra la etnogénesis. Los celtas, conglomerado de pueblos indoeuropeos, con una cuna originaria en el norte de los Alpes y el Centro de Europa, jamás se autotitularon así y su nombre –“Kéltoi”– se lo dieron los autores clásicos griegos. Constituían confederaciones de tribus libres, orfebres y guerreras, jamás constituyeron estado organizado alguno. Se extendieron por El Asia Menor –los famosos gálatas de San Pablo–, por toda la Francia continental, muy romanizada después, extensas zonas de Italia y Los Balkanes, de la Península Ibérica –en Lusitania, la Meseta Central y las actuales Galicia, Asturias, León y Cantabria, incluso País Vasco–. Lo celta es muy plural y es rastreable en los Campos de Urnas, zonas de Sudoeste de Alemania, Bohemia, Borgoña, Suiza y Austria. En la Europa Continental es paradigmático lo Hallstático y la gala Cultura de La Tene; en Irlanda y el Reino Unido es fundamental y señero lo gaélico y goidélico, las culturas escocesa y galesa, los britanos eran celtas. En Irlanda y Bretaña, antigua Península Armoricana, se conservó la cultura celta atlántica con unos rasgos muy genuinos toda la larga Edad Media.

Tradicionalmente se consideran de pátina celta el Noroeste español, por la existencia de una cultura castreña única y relevante, bastante destruida en Asturias, y la cultura arévaca, carpetana, vaccea y vetona, celtibérica numantina. La Gallaecia –que no Galicia– ocupaba todo el Noroeste.

Fueron los astures y cántabros –celtizados por los celtíberos, sobre un sustrato atlántico– rebeldes al gran poder imperial romano. En Asturias se da el Bronce Atlántico y una relevante Edad del Hierro, hay desde la antigüedad tipos humanos diversos, túmulos y dólmenes, lugares sagrados, gentilidades, estelas, teónimos, topónimos, castros habitados desde el siglo VI, mitos, torques y aires de alta montaña, con aportaciones ilirio-ligures según Schulten y Sánchez Albornoz, celtas y finalmente astur-romanas de lengua y civilización románicas, con un lirismo asturiano de gaita atlántica en auge –instrumento bajomedieval que pudo venir a través del juglaresco Camino de Santiago–, conexiones con Bretaña y puertos pesqueros atlánticos. El ganado vacuno y de oveyes, las razas animales autóctonas de gochos, pites y bravos asturcones, la sidra astur y trisqueles nos han convertido en “seudoceltas de pata negra”, siendo Asturias cantábrica y plural, dentro de la realidad española, donde lo mediterráneo no es la única variable para explicarnos. La marca asturiana tiene mucho de reciente “construcción autonómica” de Europa de las Regiones, necesidad de reinvención tras 200 años de carbón. Asturias es una realidad poliédrica, producto de poblaciones diversas tradicionales, inmigraciones múltiples. Gaita y tambor, globalización.

Estilos de vida claramente románicos, con raíces de corri-corri y santuarios marianos, fiestas varias y ritos. Me gustaría traer a colación la ímproba labor del olvidado arqueólogo asturiano José Manuel González y Fernández Valles, de Astur Paredes, Lisardo Lombardía, R. González Quevedo.

Asturias es un demos abierto, una realidad abierta, a construir también desde el latido de un legado. Hay históricamente un legado “celta” como romano-visigótico y por supuesto ibérico corriente.

“Lo celta” es un ingrediente más de una pretendida cultura atlántica común ancestral, pero Asturias es también conexiones de la “Ruta de La Plata”, “Pepe español”, historia industrial que atrajo trabajadores de todas partes. Mezclas astures, españolas, europeas e hispánicas.

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