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¿Hay vida trascendente?

21 de Mayo del 2021 - José María Casielles Aguadé

Partiendo de la base etimológica de que trascender viene del latín “transcendere” (rebasar subiendo), y también conocer lo que está oculto, o superar determinado límite o frontera, la cuestión planteada está clara: ¿Podremos traspasar la existencia tras la barrera de la muerte? La pregunta nos interesa muy especialmente a los que ya estamos cerca de ella, y tenemos menos tiempo para “preparar la maleta” de este largo viaje, que no requiere mucho equipaje; pero sí tener las cosas en orden. Este enfoque no es original, y existen multitud de indicios antropológicos de ello, como lo prueban milenarios homenajes a los muertos, que se vienen practicando en las más antiguas culturas de la Humanidad, como en antiquísimos cementerios de Turquía desde decenas de miles de años; en las pirámides de Egipto; el Libro Tibetano de los Muertos del Tíbet (siglo VIII a. de C.); complejos enterramientos de marinos vikingos, con sus embarcaciones, y otros.

Reflexiones notorias sobre la trascendencia de la vida se encuentran bien claras en los diálogos de Platón (como el Fedón), en las actitudes de Sócrates, que se permitió el tocar la flauta con sus amigos antes de beber la cicuta, a lo que le habían condenado, y en las obras literarias de Cicerón que prueban la integridad parlamentaria que lo llevó a su muerte.

Los más notorios líderes religiosos se ocupan del tema sistemáticamente: Confucio (en Los Cuatro libros), Buda (recogido en diversos relatos sobre su vida), Cristo (en los Evangelio), Mahoma (en el Corán) y otros se plantean la continuidad de la vida del alma después de la muerte física y la desaparición del cuerpo.

¿Qué puede aportar a la aclaración de este problema mi humilde opinión?:

Quienes me conocen personalmente por el trato directo o por referencias, ya lo intuyen: como católico de formación nítida, y humilde practicante, es bien clara. Como científico riguroso y exigente, quiero confirmarla con razones, que encuentro en la creación y evolución del Universo (con su alfa y omega; es decir, principio y fin) y en la evidente existencia del Bien y del Mal en el proceder de los humanos, que reclama la necesidad ética de un arbitraje final, en el que la indulgencia divina primaría sin duda, sobre el implacable rigor; y la Caridad superará a la Justicia. La medida de esa benevolencia estará posiblemente condicionada por nosotros mismos, pues se puede privar de misericordia a quien no la practicó con los demás.

SUMARIO: Sobre la vida más allá de la muerte

DESTACADO: Un ser vivo se transforma en muerto en segundos, por la simple pérdida de la fuerza vital: así es de fácil y de difícil

Decía un magnífico catedrático de Matemáticas, querido amigo ya fallecido, aparentemente escéptico y maravillosa persona, que él no podía afirmar ni negar científicamente la existencia de Dios; pero su actitud y proceder eran sistemáticamente impecables y ejemplarmente humanitarios. Su vida era ya una clara y clamorosa respuesta de la bondad divina.

Siguiendo la pauta científica esencial del estudio y aprendizaje sobre lo desconocido, he buscado y leído el libro “Vida después de la vida” de Raymond Moody (Edadf, Madrid, 1977), con prefacio por Elisabeth Kubler-Ros; ambos doctores en Medicina y de reconocido prestigio.

Tras una laboriosa tarea investigadora, de lo que califica prudentemente como “experiencias cercanas a la muerte” de sus pacientes, el Dr. Moody opina que el fallecimiento es la transición del alma a otra realidad diferente.

Yo, teóricamente bien equipado, como catedrático de Ciencias Naturales, licenciado en Farmacia, y doctor en Química, no puedo por menos de lamentar que aún no entendamos la esencia de la Vida, después de conocer la magnífica síntesis de Miller, que nos ha explicado cómo se originan los complejos principios inmediatos a partir de substancias muy simples; y del ciclo de Krebbs, que muestra cómo se transforman en una eficiente “caja de cambios metabólica. Ahora conocemos como se constituyen y transforman los principios vitales, pero nada sabemos aún de la “vis vitalis” o soplo vital. Un ser vivo se transforma en muerto en segundos, por la simple pérdida de la “fuerza vital”: Así es de fácil y de difícil.

Las experiencias de quienes han estado al borde de la muerte, o más allá que acá, hablan de una primera sensación de desconcierto al abandono de su cadáver, por lo que se denomina el “cuerpo astral” (inmaterial e insensible), que lo contempla extrañado desde fuera; sigue un viaje rápido por un oscuro túnel, hasta la recepción cálida por parientes y amigos ya fallecidos; así como la acogida cordial por un Ser Luminoso, especialmente apacible y receptivo que muestra la vida del fallecido en una nítida y rápida visión que la resume, sin ningún comentario ni reproche. La valoración de la conducta se basa, al parecer, en dos factores básicos: “El amor y la dedicación por los demás, y la búsqueda de mejores grados de conocimiento, esto es, la autosuperación”. Las vivencias del otro mundo no consisten, como algunos creen aquí, en un estático y monótono gorigori, y se parecen bastante a la vida terrena; pero con plena paz, cordialidad y enriquecimiento continuo del conocimiento; así como la fluida relación entre los espíritus incorpóreos, que se realiza por transmisión directa y sin palabras.

Según recoge Moody, de los pacientes que han llegado a las puertas del otro mundo y se pudieron recuperar, volvieron con cierta contrariedad, estimando la experiencia grata, y perdieron el miedo a la muerte en el último tramo de su vida terrena.

El doctor Moody señala la total convergencia que ha observado entre la opinión registrada de los pensadores históricos y las experiencias relatadas por sus pacientes, en las que las referencias de los creyentes y los incrédulos no difieren esencialmente.

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