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Alfonso II pervive en Oviedo a los 1.179 años de su muerte

31 de Marzo del 2021 - Carmen González Casal

Cuando en España, con cerca de 100.000 muertos a las espaldas a causa del coronavirus, una moción de censura al Gobierno murciano pone de manifiesto los intereses personales de unos cuantos, sucediéndose en cascada un torbellino de decisiones políticas para intentar –a la desesperada– salvar el poder sin mirar al pueblo que se desangra tras la envestida sanitaria, económica y social, miro hacia Alfonso II en el aniversario de su muerte, y me reconforto con la historia del Reino de Asturias, que hunde sus raíces el concepto de España como nación. Habrá cometido errores como cualquier mortal y quizás muchos no estén de acuerdo con las causas por las que luchaba, pero no me cabe duda de su lealtad y nobleza. Alfonso era honesto y generoso, no buscaba su interés, sino el bien de su reino. Estas cuatro pinceladas sobre su vida, lo ponen de manifiesto.

En las vísperas de la llegada de una nueva primavera, un 20 de marzo del año 842, nos dejaba Alfonso II, nieto de Pelayo, hijo de Fruela. Cincuenta y un años habían pasado desde aquel 14 de septiembre en el que, por fin, pudo alcanzar el trono astur. Más de medio siglo para construir un reinado, uno de los más sólidos de la monarquía asturiana.

SUMARIO: La necesidad de conocer y valorar la historia que nos sustenta

DESTACADO: Alfonso fue un rey peregrino, siendo el primero que parte hacia Santiago para visitar la tumba recién descubierta del apóstol, ordenando construir allí, en el 813, una iglesia, origen de la actual Catedral y de la ciudad de Santiago de Compostela

Tras 1.179 años, la huella de este rey sigue viva en Oviedo, de quien Alfonso hizo capital del incipiente Reino de Asturias. San Tirso o San Julián de los Prados, su muralla defensiva –de la que no quedan restos–, la Cámara Santa o el Panteón real en la Basílica de Santa María –hoy capilla del Rey Casto adosada a la Catedral– que mandó construir al norte de su palacio para albergar su tumba y la de monarcas posteriores, o el monasterio fundado por Alfonso II de San Juan Bautista de las Dueñas, hoy Las Pelayas, son construcciones todas ellas promovidas por el rey de la mano de Tioda, su arquitecto, que perviven a través de los siglos.

Alfonso, rey constructor y también guerrero valiente, pues en los albores de la Reconquista frenó el avance musulmán. La emboscada de Lutos, cerca de Grado, en el 794, cambió los planes de los musulmanes cuando regresaban a Córdoba por el Camino Real de la Mesa; fue la respuesta del Casto al saqueo de la Catedral que mandó construir su padre Fruela. También venció a los musulmanes en Narón, Anceo y en el combate del río Orón. Gracias a estas victorias fue afianzando su presencia en Galicia, León y Castilla, llegando a conquistar y gobernar temporalmente Lisboa, y refundando la despoblada Oporto.

Además, con Alfonso, el Reino de Asturias salió al exterior manteniendo buenas relaciones con el gran Carlomagno, emperador de Occidente, rey de lombardos y francos. De hecho, se cuenta que en años consecutivos –796,797 y 798– delegaciones astures viajaron a la corte de Aquisgrán y ambos monarcas se unieron para pelear contra una doble causa común: los sarracenos y la herejía adopcionista.

Asimismo, Alfonso fue un rey peregrino, siendo el primero que parte hacia Santiago para visitar la tumba recién descubierta del apóstol, ordenando construir allí, en el 813, una iglesia, origen de la actual catedral y de la ciudad de Santiago de Compostela. Tras él, cientos de miles de peregrinos de los cinco continentes se ponen en camino con su mismo propósito.

No se trata de mitificar a nadie, pero sí de conocer y valorar la historia que nos sustenta. España y los españoles –que lo están dando todo en esta pandemia– no se merecen los políticos que tenemos, aunque en parte tengamos la culpa. Es preciso elegir bien en las urnas para no cargar luego con las consecuencias.

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