¿Hasta cuándo los perros serán los malos?
Con el debido respeto, como se suele decir, me aprovecho del inicio de la frase de Cicerón (alias «Garbancero») para dar título a la siguiente reflexión que quiero hacer pública. Estoy, como otros muchos ovetenses, harto de leer en la prensa en la sección de «Los lectores tienen la palabra», y en otras, escritos y comentarios incendiarios sobre el comportamientos de los dueños de los perros en los parques públicos de la ciudad; que si no recogen los excrementos de los animales, que si los dejan sueltos poniendo en peligro la integridad física de los ancianos con las carreras de los canes, etcétera. Quiero poner de manifiesto que soy dueño de un perro y paseo con él por el Parque San Francisco, teniéndolo en todo momento bajo control y recogiendo siempre las cacas de mi animal, como hace el 95 por ciento de la gente con la que me encuentro en el mencionado espacio público paseando a sus canes. Ello no quiere decir que no exista ese otro 5 por ciento de gente incivilizada, cuyo comportamiento yo deploro. Hecho este prólogo, abordaré el tema de mi reflexión pública.
¿Hasta cuándo tenemos que soportar los botellones que los fines de semana se realizan en el parque dejando esparcido por doquier un buen número de cascos de vasos y botellas rotos con el consiguiente peligro para los niños, las personas mayores y también los perros? ¿El servicio de limpieza de Parques y Jardines no funciona los fines de semana? Por otra parte, tengo que decir que yo he visto cómo los encargados de la limpieza del Parque San Francisco vacían las papeleras cuando están llenas en el suelo de los paseos, esparciendo al lado de las mismas su contenido, que pueden ser vasos de vidrio, botellas (éstas si están enteras las tiran previamente al suelo para que se partan en varios trozos), y sólo echan en los sacos los papeles y desperdicios orgánicos. ¿No hay que reciclar el vidrio poniendo a disposición del ciudadano contenedores verdes? Después esperan a que pase el camión con la barredora para que recoja los cascos, pero puede suceder, y es lo más frecuente, que entre el vaciado de la papelera por el encargado y el pase del camión escoba transcurra más de una hora, y ocurre también que, en un levísimo tanto por ciento de los casos, queden, en las inmediaciones del recipiente en cuestión, innumerables trozos de vidrio potencialmente peligrosos para todos cuantos antes he mencionado. Y yo me pregunto, otra vez, ¿hasta cuándo el contribuyente que paga sus impuestos tiene que soportar esto? Pienso que es mucha la suciedad que se acumula en el hermoso Parque San Francisco, pues, amén de los cristales rotos, a la hora de la merienda de los niños y los fines de semana con las improvisadas y campestres comidas a base de hamburguesas de afamados establecimientos del ramo, el césped y los paseos se colman de papeles y trozos de bocadillos que las mamás permiten que sus vástagos arrojen en el sitio que más les apetezca. Y no digamos nada de los que siembran los caminos con gigantescas migas de pan para dar de comer a las palomas, por no hablar de los pavos reales de ambos sexos, con sus excursiones por la ciudad, que pueden producir más de un accidente a un confiado conductor de coche o moto.
Pues bien. Yo ya he pagado mi canon a esa mala gestión de la limpieza con un corte profundo con pérdida de tejido muscular en una de las almohadillas de mi perro, de cuya herida tardó 20 días en recuperarse, amén de la factura del veterinario. ¿A quién reclamo yo? Por esto termino con el tópico, pero no por ello menos cierto, de que «cada palo aguante su vela». ¿Hasta cuándo, señor alcalde?
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