La extinción del hombre
Os voy a contar la historia de una familia. Un chico y una chica que se enamoran siendo muy jóvenes. Con muchas ilusiones. Con la vida muy de cara. Sin problemas económicos. Felices. Se casan. Tienen dos hijos. Y, de repente, todo cambia. De la noche a la mañana aparecen sospechas de infidelidad por ambas partes. Empiezan las acusaciones mutuas. Los hijos son pequeños y sufren. El matrimonio decide separarse de mutuo acuerdo y con custodia compartida. Todo por el bien de los niños. Va pasando el tiempo y cada uno se centra en sus hijos, en sus respectivas nuevas parejas. De puertas para fuera son un matrimonio divorciado, mal avenido, como otros muchos. Sin más. De puertas para adentro, él vive obsesionado con hacer daño a su exmujer. Es mezquino con los niños. Intenta alienarlos contra la madre. Los hijos crecen, observan, comienzan a entender, y deciden irse definitivamente de casa del padre donde la convivencia es cada vez más complicada y vivir con su madre. Su padre les deja hacer. Aparentemente, ni se inmuta. Sigue con su vida sin tener contacto con sus hijos. Aparentemente, feliz. Van pasando los años. Los hijos echan de menos a su padre. Quieren verle, hablar, intentar retomar la relación. Lo comentan con los familiares. Hacen llegar el mensaje a su padre, pero él hace oídos sordos. Y, mientras desoye las súplicas de sus hijos, se dedica a ahogar a su madre en denuncias judiciales. Sin pararse a pensar que es su exmujer quien está manteniendo a sus hijos porque él no les pasa ni un euro. Y que cada denuncia supone un desembolso económico de la madre en abogados. Llega un momento que él decide sentarse con sus familiares y contarles por qué no ve a sus hijos. No dice que quiera verlos, no, eso ni lo plantea. En cambio, se dedica a vomitar bilis contra su exmujer culpándola de todo lo que le ha pasado en su vida, aunque lleve 25 años separado de ella y no hayan tenido en todo este tiempo ningún tipo de contacto. Su exmujer sigue ocupando su pensamiento las 24 horas del día. Está obsesionado con ella. El odio hacia ella lo impregna todo en su relato. Dice que está mal psicológicamente. Incluso desde antes de que sus hijos le abandonaran para irse con su madre. Quizás ese fue uno de los motivos. Todo en su discurso es una contradicción. Dice querer a sus hijos, pero les culpa a ellos y a su madre de la ausencia, y en diez años no ha movido un dedo por solucionarlo porque le puede más el odio hacia su exmujer que el amor hacia sus hijos. No le importa que sus hijos sufran si con ello consigue que su exmujer sufra más. Incluso les cuenta que intentó suicidarse (dosis justa de pastillas para dormir doce seguidas como una marmota, pero sin más consecuencias) y le echa la culpa a su hija de llevarle al suicidio. Todo por hacer daño a la exmujer.
Como en todas las historias, ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos. Pero después de 25 años, hay unos hechos incontestables. Incuestionables. Y a la vista de estos hechos y de las palabras de los protagonistas, el comportamiento del exmarido denota un hombre maltratador, manipulador, obsesionado con su ex y que merece por ello escarnio en plaza pública... salvo que él sea Rocío Carrasco y ella sea Antonio David. Entonces la conclusión de la historia cambiaría porque él sería la loable mujer y ella el hombre merecedor de todos los castigos.
Así vamos y así nos luce el pelo. Estamos entrando en un adoctrinamiento muy peligroso que pasa por alto buscar la verdad con la única premisa de que hay que devorar al hombre cual mantis religiosa. Con los hombres no hay presunción de inocencia. Hay todo un Ministerio dedicando millones del erario a cercar al macho. A asfixiarlo desde todos los ámbitos. Sin el más mínimo pudor. Incluso atacando al poder judicial para que dictamine siempre a favor de la mujer que denuncia, aunque no haya ni hecho punible que denunciar. El mantra es “solo necesitamos tu denuncia para darte la razón”. La búsqueda de la igualdad es la tapadera. El objetivo es extinguir al hombre para convertirnos en una sociedad de Amazonas hermafroditas que no necesitaremos ni a los Gargareanos para reproducirnos. Y el fin justifica los medios.
Con la resaca de los dos primeros capítulos de la docuserie sobre Rocío Carrasco, todo el mundo apedreó a Antonio David. Tres días después, con la cabeza más fría, las piedras se tiran a la vez que se dice “presuntamente”. Porque, señores jueces y señoras juezas del visillo, donde se habla es delante de un tribunal, que para eso disponemos de un sistema judicial garantista. Lo que no es garantista es contar a golpe de talonario.
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