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El aceite de la buena convivencia

23 de Abril del 2021 - Carmen González Casal

Hace un año, el coronavirus consiguió encerrar al mundo entre cuatro paredes y el trato con los convivientes se convirtió en una asignatura compleja. Con o sin pandemia, la relación con los demás atañe al ser humano en las más variadas situaciones de la vida, salvo que decida afrontarla a lo Robinson Crusoe. Conviven los padres y los hijos, los vecinos, los amigos, los novios, los compañeros de trabajo, los hinchas de un equipo, los correligionarios de partido político, los ciudadanos… Se puede afirmar que la vida es convivencia y, en ese roce diario, el lubricante que engrasa las relaciones haciendo que fluyan sin conflictos es el respeto.

“El secreto de una vida feliz es el respeto. Respeto por uno mismo y respeto hacia otros”, comenta el actor y escritor americano Ayad Akhtar. Y dice bien porque nace de reconocer el valor de cada persona por el mero hecho de ser persona (no por su dinero, ideas, raza o género) y cuando ese respeto es mutuo la vida es más plena.

El respeto no es monocolor, sino que se proyecta en una variadísima sinfonía cromática aportando serenidad y luz a la convivencia diaria. Respeto en primer lugar a la vida, el don más grande; a la vida del que nace y del que muere y, cómo no, a la del que va tranquilamente por su camino, aceptando la variedad de modos de ser, de actuar o de pensar. Respeto a las creencias y opiniones, a la intimidad de cada cual. Respeto del hombre a la mujer, de los hijos a los padres y viceversa. Consideración con los abuelos, los impedidos, los profesores, los indigentes e inmigrantes. Respeto a la suegra, a la abogada de la parte contraria, a la azafata o a la que vende cupón, a la poli que cumple con su deber o al que reza, que no hace mal a nadie; también a quien enarbola la bandera de España o al que porta una estelada. Respeto a lo propio y a lo ajeno, a las calles, que son de todos, y mucho mucho respeto a la naturaleza y al planeta, nuestra casa común porque, si no, pasa factura.

Sumario: De la importancia del respeto en el día a día de las personas

Destacado: El respeto no es monocolor, sino que se proyecta en una variadísima sinfonía cromática aportando serenidad y luz a la convivencia diaria

Pero respeto es de igual modo escuchar a quien nos habla –con interés, sin contestar al mismo tiempo a un wasap–. Es responder hola y adiós, acoger a una visita, guardar un secreto o callar ese comentario mordaz, muchas veces ladrón de la fama del vecino. Es agradecer y pedir perdón.

Cuando el respeto es compañero de despacho o de sala de profesores, de taller, de laboratorio, de juegos, de manifestaciones o de plató, y vemos la diversidad como un regalo –porque es en esa riqueza de pareceres y opiniones, de formas de ser y de hacer donde emerge siempre la solución adecuada–, se respira armonía en los trabajos y en las familias, en las comunidades de vecinos y en las peñas deportivas, en los plenos de Ayuntamiento y entre los contertulios de la radio.

Respeto que siempre es recíproco: yo te respeto y tú me respetas, aunque por amor a la verdad no comparta lo que piensas o haces, y viceversa. Respeto y tolerancia que para ser auténticos han de crecer en un clima de libertad, sin olvidar que mi libertad termina donde empieza la de los otros.

Sin embargo, cuando falta este aceite asalta la provocación y el insulto, las palabras engordan, la zafiedad se implanta. Se multiplican los maltratos, el acoso escolar y los escraches se prodigan. Y, con ello, las familias se desestructuran, los amigos se distancian, los pueblos se independizan, los políticos pierden crédito, la vida se ideologiza y el ambiente intoxica.

Hagamos examen de conciencia, especialmente algunos políticos. Los de a pie pongamos de moda el respeto en la vida cotidiana. “Un grano no hace granero –dice el refrán–, pero ayuda al compañero”.

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