Matar salmones de 10 kilos en Asturias con el aplauso de la Consejería
Comienza la temporada de pesca del salmón y, como es normal, los medios de comunicación se llenan de artículos y entrevistas en los que el hermoso pez, una de las joyas de la fauna de Asturias, es el tema central.
Opiniones de pescadores, de representantes de las distintas sociedades, alusión al “a favor” o “en contra” de determinados aspectos de la normativa, recordatorio de lo pescado en campañas anteriores, esperanzas y deseos para la temporada que arranca...
Cuantos estamos inmersos en el mundo de la pesca sabemos las pasiones que desata el inicio de la temporada. Y sabemos que la evolución de la presencia de salmones en nuestra tierra va en continuo descenso. No se trata de mirar los pescados el año anterior, o hace dos años, o cinco... se trata de ver la evolución de las gráficas desde hace décadas hasta hoy, de escuchar a los que saben un poco del tema (ya que no hay medios que permitan hablar con datos reales de los salmones entrados en nuestros ríos, contadores o similares), de ver lo que sucede en otros sitios, en otros países, donde las poblaciones de salmón atlántico son mucho más grandes que las nuestras y también están bajando.
Y sabemos todos que son muchos los factores que contribuyen a que los salmones sean cada vez menos. Calidad y cantidad de agua, contaminación, obstáculos, depredadores varios, presión de la pesca, calentamiento global… todo influye.
Pero aquí nada cambia.
Llevamos una semana de pesca. Se han pescado seis salmones. Seis. Los pescadores, ribereños o no (distinción hoy absurda, cuando hay pescadores que pasan más horas a pie de río que uno nacido a su vera), coinciden en que se ve poco o nada. Eso sí, vendrán. Seguro.
Y de esos seis, uno pesa casi 8 kilos y otro 10,400.
¿En qué está pensando la Administración asturiana? ¿Cómo se puede permitir no digo matar un salmón más mientras no se vea una mejora clara de la situación (hablo en general, no de esta temporada, que acaba de empezar), sino matar ejemplares de ese peso, con un volumen de huevos como el que trae una hembra de 8 o 10 kilos, con una carga genética milenaria que todavía (increíble, viendo lo que hacemos con ellos) llega a nosotros?
¿Estamos ciegos?, o, mejor, ¿en manos de quién?
Somos muchos los que, desde hace años, pedimos que se incluya en la normativa una frase que obligue a devolver con vida al río los salmones grandes, los pocos (¿qué son?, ¿15, 20 en una temporada?, ya me gustaría) que aún entran a desovar a nuestros cada vez más vacíos cauces.
Pero parece que importa más evitar las manifestaciones públicas de protesta de cuatro egoístas que se niegan a reconocer en voz alta lo que ven que a proteger el pez.
Mucho cuento y mucha tele y mucha foto si se trata de un urogallo, de la devolución al medio de un quebrantahuesos afortunadamente recuperado, de los graciosos juegos de un esbardu avistado tras el invierno… pero el salmón, por el que deberían sacar pecho, maravilla presente casi exclusivamente en esta tierra, que en otras épocas fue elemento que atraía pescadores, daba vida a las poblaciones ribereñas, fue motor de la economía de muchos sectores durante la temporada, debe ser de segunda.
Pues nada. Dejemos que se sigan matando ejemplares únicos, de valor incalculable en todos los sentidos, con el visto bueno de los gestores de turno, un año más.
Igual el que viene sale uno de campanu de Asturias y hasta salen en la tele nacional. Sin ponerse coloraos, oiga.
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