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A Dulce, una mujer anulada

16 de Agosto del 2010 - Isabel Fernández Bernaldo de Quirós (Madrid)

Hoy me he vuelto a encontrar con Dulce, una mujer que, como otras muchas de su generación, son víctimas del miedo a sus parejas. Su caminar lento, y su mirada infinita, hace parecer que se desliza por mundos que les son ajenos, y su saludo, siempre agradecido y tímido, transmitir su introvertido pesar.

Dulce arrastra toda una vida sometida a su marido y al vértigo producido en su día por el que dirán, y a una boda equivocada, idealizada, apresurada. Su vida, poco a poco ensombrecida, se ha mantenido sujeta a su marido por el amor a sus hijos y por la falta de independencia económica. Con el tiempo, Dulce se ha ido doblegando, invalidando y humillando ante ese hombre que la ha arrastrado, sutilmente, hacia un eterno desdén de soledad e incomprensión.

Los gritos y los silencios, las órdenes y los abandonos, y el menosprecio de su personalidad, la han llevado a considerarse culpable de lo que no es, de lo que nunca fue. Soportarlo y hacerse invisible se ha convertido en su modo de vida.

Dulce arrastra y acumula tanta tristeza, que ésta se ha convertido en una carga casi insoportable de llevar, y sólo con la ayuda inestimable de su familia y del médico que la atiende, puede sostenerse y superar los difíciles caminos de la depresión. Le cuesta poder saliir del pozo de sus sombras, porque aquél que un día la hizo su esposa, se encargó de hacerla creer que la noche era ella.

Dulce, de voz suave y callada, y de aún más dulce sonrisa, vive abandonada a la resignación, y a un un tibio y tenáz sufrimiento.

Aunque han pasado muchos años, Dulce tiene sesenta, las formas sutiles de anular a una mujer, ésas que no suponen un maltrato físico, siguen, desgraciadamente, demasiado vigentes en nuestra sociedad.

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