Odio

29 de Abril del 2021 - Ismael Almanza Riesco (Pola de Siero)

A poco que me analizo, descubro que soy un ser lleno de odio. Tal es la cantidad que acumulo que no me cabe en el cuerpo; se desborda por todos mis orificios: boca, nariz, ojos, oídos..., impidiéndome disfrutar plenamente del milagro primaveral de la transustanciación de Natura, del gran misterio de amor profusamente anunciado en colores, aromas y melodías.

Odio los ejércitos, el armamentismo y el militarismo, odio la justicia desigual para todos y los tribunales que la practican, odio la explotación del hombre por el hombre, odio el terrorismo de Estado y los estados netamente terroristas que masacran a los pueblos, les roban sus recursos vitales y estrangulan sus ansias de libertad (el pueblo saharaui, el palestino, el kurdo...), odio la falacia de los delitos de odio, odio la alienación de los medios de comunicación, odio el fascismo a menudo escondido tras los uniformes policiales, odio la violencia cobarde del machismo, odio el poder terrenal de las Iglesias, odio el apartheid israelí y su patraña del antisemitismo (lo que llaman antisemitismo es, en realidad, antisionismo, el antisemitismo es lo que ellos practican sistemáticamente contra el pueblo palestino), odio el comercio de la salud tanto como el de la educación, odio la mentira como estrategia política institucionalizada, odio... Todo este cúmulo de odio hace que me sienta pecador, aunque no por ello delincuente. Veo más bien la delincuencia en los objetos de mis múltiples pecados de odio, pecados que la manipulación ideológica dominante a escala internacional se empeña en calificar como delitos. Pero no lo son, pertenecen al ámbito sagrado de la conciencia, lo que no significa que dejen de ser una pesada carga, cuya solución no es otra que la absolución. ¿Dónde la encontraré? Descarto los confesonarios de los monseñores acomodados, modelo Jesús Sanz, que se embriagan día tras día en el cáliz de la “espiritualidad” para camuflar y acrecentar su “terrenalidad”. La absolución de mis graves pecados sólo podrá salir de los confesonarios de la Iglesia doliente, la que sufre y se sacrifica por amor a los oprimidos y desheredados de la tierra. Son los confesonarios henchidos de amor de la Iglesia liberadora, encarnada en el apostolado ejemplar de auténticos mártires de nuestro tiempo como Ignacio Ellacuría, Gaspar García Laviana u Oscar Arnulfo Romero. La absolución me ha llegado acompañada de un mensaje consolador: “En ocasiones, en este mundo depravado el odio no es un pecado, sino más bien un deber moral”.

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