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El egoísmo de los eternos perdedores

16 de Agosto del 2010 - Luis G. Álvarez (Oviedo)

En los últimos años se ha consagrado en nuestro país una profesión que ya tiene a miles de personas integradas en ella. El puesto de trabajo se llama: político en ejercicio, sin posibilidades ciertas de poder acceder a otro fuera de la política o al menos de análoga remuneración.

Pero entre estos y sin perjuicio de que muchos se lo merezcan sobradamente, existe una clase especial: el del perdedor nato y además encantado con ello. El que no le importa que su partido no recoja las opiniones que les llegan a gritos de sus votantes con los que no suelen intercambiar muchas opiniones. Estos y los que integran la dirección de los partidos parece como si viajaran en coches y destinos distintos. Están deseando perder. No ellos, por supuesto, si no que lo haga su partido. Parece una contradicción, pero no lo es. Consideran que están en una situación privilegiada. Tienen un buen sueldo. Poco trabajo. Gran parte de ese trabajo es simplemente criticr las iniciativas del gobernante. Escriben algún artículo para que sea vea que existen y colaboran en alguna, no muchas, preguntas parlamentarias.

La pregunta que seguro se hacen es: Y si ganamos, ¿qué pasa? Aquí vienen los riesgos que temen se produzcan: El nuevo ganador, ¿nos va a mantener en nuestra situación? ¿Nos va a exigir asumir importantes responsabilidades y hacernos trabajar a destajo? ¿Nos tendremos que buscar la vida? Demasiados riesgos cuando se llevan muchos años en la cómoda situaicón de opinión y ya se domina perfectmaente esta status. Puede ser bueno para el país, piensan, pero ¿no dicen que la caridad bien entendida empieza por uno mismo?

Sin embargo, la verdadera pregunta es otra, ¿hasta cuándo los votantes van o vamos a seguir consintiendo estas tácticas? Son, somos, conocedores de que algunos políticos, especialmente los que están en puestos altos de las ejecutivas, prefieren una candidatura de continuidad aunque se sepa que es perdedora que una ganadora y que pueda modificar o eliminar determinadas prebendas particulares y que además suelen llevar ya muchos años disfrutándolas.

Esto no se puede asumir. Si las cúpulas de los partidos consideran, ocmo no podría ser de otra forma, que lo mejor para el país es que su partido l idere su gobernabilidad o la de su autonomía deben olvidarse inexcusablemente de que puedan peligrar sus privilegios, ni incluso querer evitar que todo lo que supuestamente trabajaron por el partido, sean otros los uqe vengan a recoger el fruto y encima pudieran perjudicarme.

Hay que escuchar a sus posibles votantes. Estos quieren que su partido gane. No más candidaturas perdedoras. El partido debe proponer al que pueda ganar. Lo demás sería inadmisible y seguro que se traduciría en un transcendente voto de castigo porque el votante se da cuenta de muchas cosas que los políticos creen que no se enteran, pero, por supuesto, que si se enteran. Lo que pasa es que a veces, por vergüenza torera, se sigue votando al mismo partido para castigar al opuesto. Pero la paciencia tiene límites.

Luis G. Álvarez, Oviedo

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