Una Princesa de Asturias que fue una gran reina de Inglaterra: Leonor de Castilla, mujer de Eduardo I
Pocos españoles conocen la historia de esta reina castellana nacida en Burgos, hija de Fernando III el Santo, fallecida en 1290 y enterrada en la catedral de Westminster.
Para mí era una remembranza solícita cuando salía del metro (el tubo que dicen los castizos) y afloraba ante la cruz allí elevada por el rey su esposo. Charing Cross fue una de las doce cruces construidas en la vieja city. Solo se conservan tres.
Asimismo, cuando visitaba la catedral de Lincoln, una de las más hermosas del gótico perpendicular inglés, veía su estatua labrada en la magnífica portada junto a su esposo Eduardo. Otra vivencia predica era el recuerdo de Catalina de Aragón, inhumada en la catedral de Peterborough, primera mujer de Enrique VIII, y es que las españolas dieron mucho juego una vez casadas con monarcas ingleses.
La historia nos dice que Doña Leonor, cuya estatua yacente aparece con la toca de las casadas (almaizar), indicativo de su estado.
Las solteras se adornaban el pelo con el garbín o diadema con redecilla. El sepulcro fabricado por el escultor catalán Guillermo Torrell es una maravilla que guiada el silencio de la eternidad en espera de la resurrección de la carne.
Doña Leonor parió quince príncipes y princesas, fue muy querida por el pueblo inglés, que vio en ella el sello de la lealtad y fidelidad matrimonial.
A vuela pluma se me brinda el pensamiento de la dignidad y respeto de aquellas españolas madre coraje fieles hasta la muerte al lado de sus maridos, mujeres fuertes, en una época como la actual cuando los españoles nos desayunamos con la noticia de un uxoricidio o un crimen pasional. A mí me parece que estos crímenes no han de ser tomados a la ligera.
Ellos no solo tienen la culpa de tanta brutalidad.
Hay que indagar en las causas remotas y próximas de derramar la sangre de lo que más se quería y por qué se produce el terrible axioma de “la maté porque era mía”. Algo terrible está pasando.
Yo culpo en parte a la sociedad y a la banalidad con que se aborda algo tan sublime como es el amor de marido y mujer. Me decía mi padre el pobre que el que levanta la mano contra su costilla se hace daño a sí mismo.
Por eso traigo esta mañana a colación el ejemplo de Leonor de Castilla, siempre al lado de Eduardo I, al que acompañó a la Novena Cruzada.
Cuentan las crónicas que le salvó la vida absorbiendo ella el veneno inoculado en el brazo del rey cuando fue picado por una víbora. Gracias a esta reina las relaciones comerciales con las Islas entre Santander y los puertos asturianos de Villaviciosa se estrecharon con la exportación de vino, trigo, aceite, telas, hierro.
Una de las vías de navegación más antiguas de Europa era la que unía Southampton con Gijón, según cuenta don Gaspar de Jovellanos.
Aconsejo a las españolas que trabajan en Reino Unido que se santigüen y musiten una plegaria cuando salgan de la boca del metro de Charing Cross como hacía yo en mis años londinenses. England made me.
En España yo nací, pero Inglaterra me hizo un hombre, y Leonor de Castilla como reina fue todo un paradigma. Ojalá esta doña Leonor de Borbón, nuestra Princesa de Asturias, la joven adolescente hija de don Felipe y doña Leticia siga los pasos de su predecesora y aprenda en ese colegio de País de Gales, donde irá a formarse, las normas del buen gobierno para consolidación de la monarquía española, que siempre estuvo relacionada con la inglesa.
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