Mi amigo Luis Lobo
Hablar del mes de abril, gracias a T. S. Elliot y a Joaquín Sabina, es un lugar común. Nadie me ha robado el mes de abril, pero el mes de abril me ha robado un amigo
Como un Dante oral iba colocando a todos los que conocía y eran muchos, en el Infierno, en el Purgatorio y en el Paraíso, y pocas veces se equivocaba. Ahora que alguno lo elogia, lo colocó en el octavo círculo del Infierno.
Te explicaba la genealogía de todos los vecinos, la historia y la intrahistoria de su querida Posada. Se indignaba cuando alguien decía o escribía Posada de Llanes. A mí me pasa lo mismo con mi pueblo.
Podía mantener una conversación en latín. Le pedía que me explicara los proverbios y las locuciones latinas. Mi favorita es "Cave Idibus Martiis" (Cuídate de los Idus de marzo). Leía con fruición los libros de Mary Beard, premio "Princesa de Asturias" de Ciencias Sociales, y luego me los prestaba. Yo, como Luis y los Monty Python, prefiero a los romanos que a Astérix y al Frente Popular de Judea.
Añoraba a sus amigos: Emilio, Delfín, Nacho, Jaime... y especialmente a su esposa, Geli. Siempre acababa hablándome de ella, de lo mucho que la extrañaba.
Un día fuimos a ver a su amigo Eliseo, que como él dejó la orden de los Carmelitas Descalzos, que estaba de vacaciones en su pueblo San Antonio. Por la tarde, bajamos a Reinosa a saludar a sus antiguos hermanos, solo quedaban en el convento cuatro frailes. Durante más de dos horas recordaron los años que pasaron juntos en la fría y dura posguerra. Entre ellos, un fraile enjuto y sonriente que calzaba unas humildes y gastadas zapatillas centró toda su atención. Le llamaban Jotita. Cuando volvimos para Posada, me contó Luis que Jotita, en el año 1947, le dijo que un desconocido Miguel Delibes había ganado el premio "Nadal" con el libro “La sombra del ciprés es alargada”.
A menudo me recordaba, con su eterna sonrisa, que los del Valle de San Jorge sois de pantalón blanco, o sea, unos presumidos.
Cuando Luis y yo nos cruzábamos o hablábamos de algún hombre íntegro y cabal, me recitaba estos veros -no son textuales- de Carmen Conde: "Esculpida a fuego, / no cabe en los límites del mármol".
Hoy, como una oración laica, los recito recordándole.
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