A Alfredo Canteli, alcalde de Oviedo
Querido Alfredo: lo primero que pensamos los españoles cuando un amigo llega a alcalde o a presidente de cualquier cosa es en el favor que podríamos pedirle, algo así como colocar a un pariente o conseguir una paga. Desde tu feliz nombramiento, hace casi ya dos años, tengo pendientes dos cosas: la primera es felicitarte muy sinceramente –al tiempo que felicito a todos los ovetenses por haber conseguido un buen alcalde– y la segunda es pedirte ese favor que la costumbre me concede.
En la calle de Santa Susana, donde vivo, hay un tramo de calzada romana que debierais catalogar –porque hasta la fecha los arqueólogos la tienen olvidada– y, además, conservarla en buen estado antes de que alguien se rompa la crisma. Me refiero a unos cincuenta metros de acera a la altura de la plaza de España, donde las escaleras. Las losas de piedra que allí colocaron los legionarios están rotas, hundidas, agujereadas y hasta sueltas y levantadas, sobresaliendo más de un centímetro en algunos casos. Este invierno, volviendo a casa por la noche, empezó a llover y yo sin paraguas: aceleré el paso y me di la gran morrada (ya estoy más cerca de los 90 que de los 80), y me llevó un buen rato encontrar las gafas (tampoco la luz allí ayuda nada). Y hace unos días fui con mi mujer a tomar una cerveza a las concurridas terrazas de la avenida de Galicia: me controló tres tropezones a la ida y otros tantos a la vuelta (tengo la puntera de los zapatos con la boca abierta). Y hablando de mi mujer: dice que te pida también que cuando arregles el Campo pongas alguna barandilla o pasamanos en las escaleras que hay en el paseo de los Curas y en el Bombé.
Pues eso, que me arregles la acera y nos pongas las barandillas. Muchas gracias y un abrazo.
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