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Niños, niñas, niñes

13 de Mayo del 2021 - Miguel Ángel Forascepi Roza

¡Aleluya, el asturiano está de moda en España! Hasta hace no mucho, algunos pensábamos que para un español había una diferencia importante entre el sexo y el género. Creíamos que la palabra “sexo” se refería a determinadas características de los seres vivos, independientemente de las preferencias sexuales homo o heterosexuales. Y que la palabra “género” se refería a un accidente gramatical que compartían en español, en mayor o menor medida, los seres animados e inanimados. Había “panteras”, “rosas” y “sillas” y también “pumas”, “pinos” y “sillones”. Y no se nos ocurría pensar que estas palabras llevaran implícita una determinada marca sexual por el hecho de ser de género femenino unas y masculino otras.

Pero después de la Conferencia de Pekín (1995) sobre la mujer –me resisto a escribir “Beijing”, para mi generación seguirá siendo “Pekín” como Mao Zedong, “Mao Tse Tung”– empezó a imponerse en español la confusión entre sexo y género debido a la inclusión de ambos significados en el inglés “gender”, que, como otros tantos anglicismos –que no “anglicanismos”–, se ha colado como calco semántico en el español, hasta el punto de que la última edición (23.ª, 2014) del Diccionario de la RAE ya ha admitido para la palabra “género” el significado de “grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico”. A la vez, se ha consumado la confusión entre sexo y preferencias sexuales.

Eso explica que de repente el asturiano, por obra de la Sra. Montero –la “trebolgona” no, la otra–, se haya puesto de moda para señalar un tercer género y sexo, el de “les niñes”, arrumbando así el tradicional binarismo sexual, tan denostado por ella y las suyas.

Pero esa distribución sexual tripartita no es tan nueva como se piensa. Los griegos, cuyas preferencias sexuales eran variadas, con independencia del suyo propio, ya pensaron en ese tercer sexo, aunque no lo pudieran designar en asturiano.

SUMARIO: Sobre la confusión entre el género, el sexo y las preferencias sexuales

DESTACADO: Los griegos, cuyas preferencias sexuales eran variadas, con independencia del suyo propio, ya pensaron en ese tercer sexo, aunque no lo pudieran designar en asturiano

Esto nos lleva al siglo IV a. C., al “Banquete” de Platón, donde se explica, por boca del comediógrafo Aristófanes, por qué unos varones se sienten atraídos por varones, otros por mujeres y estas, a su vez, por otras mujeres. Por cierto, esta es la única vez que se menciona en la literatura de Atenas la homosexualidad femenina, siempre allí un tabú; no así en la isla griega de Lesbos, de donde procede la palabra “lesbiana”, por su gran poetisa Safo.

La razón es bien sencilla: originariamente existían no dos sino tres sexos: varón, mujer y andrógino; como si dijéramos “niños”, “niñas”, “niñes”. Y cada persona se bastaba a sí misma, porque era completa, con su forma redonda, cuatro pies, cuatro manos y dos rostros opuestos en una misma cabeza. Pero, ¡ay!, cometieron un “pecado original”, quisieron ser como dioses y fueron castigados por Zeus, que ordenó seccionarlos por la mitad.

De esta manera –dice Aristófanes–, “cada parte echaba de menos su otra mitad, y se reunía con ella […] anhelando ser una sola naturaleza […]. En consecuencia, los hombres que son sección del ser común, entonces llamado andrógino, son aficionados a las mujeres, y la mayoría de los adúlteros proceden de este sexo; y, por su parte, las mujeres que son aficionadas a los hombres y las adúlteras proceden también de este sexo. Pero las que son sección de mujer no prestan mucha atención a los hombres, sino que se interesan más bien por las mujeres, y las lesbianas proceden también de este sexo. En cambio, quienes son sección de varón persiguen a los varones […] y no se preocupan del matrimonio ni de la procreación […]. Y la causa de todo esto es que éramos un todo en nuestra antigua naturaleza y, en consecuencia, el anhelo y la persecución de ese todo recibe el nombre de amor”.

De paso, el desvarío de la Sra. Montero y Cía. nos sirve también para recordarle al curioso lector que de este mito platónico expuesto por Aristófanes procede la creencia popular en la “media naranja” –metáfora de ese ser primigenio redondo y completo cortado en dos por Zeus–, que, si se encuentra, nadie desearía sino “unirse y fundirse con el amado y volverse un único ser, de dos mitades que eran antes”.

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