Mi Padre
Gerónimo Antonio, Toni para los amigos, Gerónimo para los no tan amigos, el señor de la barba densa, el hombre que se parecía a Eugenio, el que llevaba un cortaúñas en el bolsillo, el tipo más elegante y generoso que haya habido jamás.
Cuando yo nací, mi padre tenia 42 años, por lo que el salto generacional entre nosotros marcó nuestra relación. Sus maneras eran muy anticuadas. Por ejemplo, mi padre solucionaba todas mis dolencias con tan solo tres frases. Si tenía cualquier problema externo, como un grano, un sarpullido, o simplemente frío, me decía "eso es porque no te duchas por la mañana", un hecho científico y probado. Si tenía cualquier problema interno, como dolor de espalda, de cabeza, vértigo u otitis, me decía "eso es porque no usas zapatos". No sé si lo decía para asustar a un pobre niño para que llevara zapatos o porque lo pensaba de verdad. Para todo lo demás, como ansiedad, estrés o muelas del juicio, su diagnóstico se basaba en un "¡anda ya!". Con el tiempo entendí que no es que no le importaran mis problemas, es que no sabía gestionarlos porque a él nadie le enseñó.
Hoy hace seis años que nos dejó, y no hay día que no me acuerde de él, y me apetecía decirle al mundo lo afortunado que fui de tenerlo como padre, porque, aunque nunca me dijo que me quería ni que estaba orgulloso de mí, me lo demostró cada vez que tenía paciencia conmigo, cada vez que me defendía delante de alguien y cada vez que me sacaba las castañas del fuego, y todo eso sin pedir nada a cambio. Si estás leyendo esto, coge el teléfono, llama a tu padre. Pero no le digas que le quieres, porque eso ya lo sabe.
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