Vuelve la erotomanía
El dios de las letras es caprichoso en la designación de sus elegidos. Sucede que los novelistas más populares y vendidos son desdeñados por la crítica. Mata fue un best seller en los años de la dictadura de Primo de Rivera, sus Rosaritos, sus Conchis, sus Enriques y Pedritos Aldara forman un cuadro de narrativa novelística bien definida, cuadro de costumbres de una época, ese desparpajo cheli del madrileñismo que deslumbraba a Umbral, diálogos teatrales de un interés mortífero. Pedro Mata era periodista y fue el rey del novelón por entregas.
Dice que escribir es un vicio al que no se le puede meter mano nunca. Los abogados, los médicos, los cirujanos, los drogueros pueden cambiar de oficio, pero una vez probado el morbo de la tinta cuando te haces hechura del duende de las imprentas es una vacuna que dura de por vida. ¿Inoculación o maldición?
A mí me hubiera gustado ser picapedrero, experto en hierbas oficinales o camionero, pero vivo y muero periodista.
Se trata de un oficio que revierte a los aledaños de la literatura.
Es un hecho que en todo periodista existe una inquietud, un salpullido que le hace soñar con convertirse en amante de las Nueve Musas. El sueño de escalar el Olimpo nos da la murga. Los periodistas que aparecen en las novelas de Mata eran cuartilleros redactores y escarbadores de páginas de sucesos a tanto el reportaje; una peseta cobraba Valle-Inclán por línea de sus artículos de fondo. Era un afortunado. Hoy todo es gratis, los plumillas son amanuenses, esclavizados por los grandes trusts informativos bajo la bota sionista. Nunca estuvo mi profesión tan relacionada con el chantaje y la sumisión. Se practica por doquier la ecolalia. Hay que repetir los que dice el Hermano Grande a todas horas. El que se desmanda amanece en la gehenna.
A la continua llegaba la gloria, la fama. El reconocimiento, la popularidad. Sólo para unos pocos los más afortunados. La mayor parte se quedaban en el camino.
Trepar por la cucaña requiere no pocos comedimientos y condiciones. Así que estos protagonistas de la novela sicalíptica se iban a bailar a la Bombilla, donde conoció a su mujer don Manuel Azaña una tarde de galanteo. De madrugada el chocolate en San Ginés. El eterno femenino es el punto de arranque de este género novelístico que hizo furor en España en los años treinta imitando las penny novel de los periodistas de Inglaterra y Estados Unidos.
Por unos céntimos el lector se pasaba una buena tarde enfrascado en estos folletines cuando aún no habían aparecido los seriales ni los sit coms.
Sobre los personajes se cierne la fatalidad del desamor y el desengaño. Rosario ama con locura a su marido, son felices, pero un día cae enfermo de una afección frenológica, es internado en una casa de salud. Para sufragar los gastos su esposa se dedica a la prostitución.
Cuando dan de alta a su hombre en el manicomio regresa a casa y la asesina. Es el argumento del crimen de la calle Ponzano.
Un pintor levantino, un tal Benítez, dibuja viñetas para un diario de la tarde, gana mucho dinero, pero todo se lo da a su novia, Amparito, una manirrota, ligera de cascos, que flirtea con otros hombres. Un día se la presenta a su mejor amigo, un comediógrafo acreditado apellidado Cebrián. Los dos intiman y de la relación de una noche loca Amparo queda encinta del amigo. Tiene un aborto y muere. El novio no puede olvidar semejante traición y enloquece después de haber intentado asesinar fallidamente al burlador, un amigo de toda la vida; todos los libros de Mata tienen un tinte trágico como los de Felipe Trigo, otro autor sicalíptico, el cual acabó tirándose de un quinto piso.
Mata es profundo. Hace un estudio entre la personalidad patológica y aquella que consideramos la de un tipo normal. ¿Dónde está la frontera? El arte de la literatura y, sobre todo, del periodismo, donde existen la navajada, la traición y el vedetismo, es profesión resbaladiza; la locura y el morbo sobrevuelan al desgaire por las redacciones y los estudios de TV. El autor se topa con no pocos alcohólicos. Las tres D del periodista (dipsómano, deprimido, divorciado), la ecolalia (somos el eco de los políticos y nos repetimos más que el ajo), la piromancia al tratar con ese círculo llameante denominado actualidad, agorafobia, la superstición del número 13, la onomasiología (búsqueda de la palabra exacta), la onicomancia obsesión por adivinación del provenir y oniromancia, simples delirios. Vivimos en la era de la publicidad y la sociedad de consumo. El periodista es pleitista y algo erotómano (fundamento de la prensa del corazón.)
Es profesión que tiene que relacionarse con lo anormal y lo sicótico. El crimen pasional, los desastres económicos, las guerras, el conflicto tiene que ver con nuestra profesión. Yo no dejo de admirarme cuando veo a esas chicas de la tele tan repeinadas y ceñidas que parecen duquesas o artistas del porno entregadas a la narración de acontecimientos horribles ocurridos la noche anterior. Eso me da mucho morbo, y si no padeciera la anosmia secuela del virus, yo diría que esas bellezas huelen a cadaverina. Están contando el discurrir de una vida que hiede. Son las miserias y grandezas de una profesión. Pese a todo no quiero quemar mis filacterias, sigo creyendo en lo que nos decía aquel profesor de la Escuela de Periodismo:
-Os preparáis para ser notarios de la actualidad, chiquitos, el periodismo es un sacerdocio.
Pues bueno va.
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