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Un trocito de agosto en Asturias

13 de Agosto del 2010 - Josep M. Armengou i Iglesias (Barcelona)

He pasado 12 formidables días en Asturias, en los que sólo he podido dedicarme a conocer algo de su parte oriental y de los Picos de Europa.

Les voy a hablar de lo que he sentido en estos días, llegado en tren desde Barcelona y recorridos unos 1.500 kilómetros en coche de alquiler, con las limitaciones de toda experiencia breve en el tiempo, condicionada por las ideas de uno sobre la libertad, la justicia y la convivencia, y por las inevitables comparaciones con mi Cataluña actual, y, todo ello, en una época profundamente anormal como es el mes de agosto.

Léanlo, por favor, bajo esos condicionantes.

Algunas constataciones subjetivas: he experimentado una excelente acogida humana y ambiental en casi todas partes, con un relajo y una capacidad de humor encomiables (los míos aumentan también en vacaciones, pero casi todos ellos y ellas estaban trabajando, tiene mérito).

Asturias es un país de unas posibilidades enormes para los visitantes. El diálogo entre su paisaje extraordinario, bellísimo, su arquitectura rural (la urbana deja que desear) y su demografía adquiere unas proporciones realmente envidiables.

Ignoro con detalle si lo es también para sus naturales y residentes: he podido apreciar trazos de la lucha de los trabajadores de Chupa-Chups por la permanencia allí de su empresa. He seguido algo de la economía por los periódicos (ya de por sí poco ilustrativos en esta época), he recorrido algo de los alrededores de Llangréu y La Felguera y me he quedado huérfano de una visita a los museos de la Siderurgia y de la Minería por una cuestión de horarios, demasiado limitados, cosa que no ocurre con los dedicados a la prehistoria y a otros espacios temáticos más espectaculares. Pero he reconocido la nueva Avilés (nada que ver con la que visité hace 40 años) y el intenso aprovechamiento cultural de la Universidad Laboral de Gijón, a pesar de que se esconde demasiado su funesto origen e intenciones fascistas (¿se trata, quizá, de un acuerdo posibilista entre asturianos?).

Digo lo de los visitantes porque sus infraestructuras podrían ser comparables a las de Suiza o Austria, en lo que a autovías, carreteras y alojamientos se refiere. Desde luego, nada que ver con las que poseemos en Cataluña, para 7 veces más de habitantes y una riqueza que se nos atribuye que desmiente nuestro 12% de ciudadanos en estricta pobreza.

Parecen destacables también las conexiones interurbanas por autobús. Pero sus posibilidades ferroviarias, con el acierto de la notable red servida por la FEVE, son evidentes (por lo que yo he visto, sin llegar a usar), aunque, al menos por el momento, absolutamente limitadas como medio habitual o frecuente de transporte, lo cual es una pena.

Algunas cosas me sorprenden negativamente: la omnipresencia y el uso tremendo del coche privado para todo: su presencia es muy abusiva en los núcleos urbanos, y la tolerancia de las actitudes incívicas, alta, llegando a un extremo impresionante alrededor de Les Arriondes y de Ribeseya con ocasión del fantástico descenso del río (Les Piragües) del pasado día 7 y del festival Aquasella que se monta en coincidencia. Diría que esta última es un grave error: al menos tres días después de cerrado el festival, todos los accesos estaban inundados literalmente de porquería de todo tipo (entiendo que debido a un incumplimiento de las condiciones pactadas con la empresa responsable, que se subsanará de manera implacable), que, sin duda alguna, se traslada rápidamente a los ríos y prados cercanos, rompiendo brutalmente la armonía de la vida en la zona y del respeto a habitantes y entorno. Y eso desde hace años. Se reproduce el combinado juventud-irresponsabilidad-despilfarro-insostenibilidad que caracteriza a nuestra especie como si fuera inevitable y nadie se atreviera a proponer y poner los medios para ello, hacer las cosas de otra forma.

Otro detalle agotador es el tabaquismo omnipresente: no ya en los hábitos de muchísima gente (es su elección privada), sino, y eso está específicamente regulado, en toda clase de establecimientos: en casi todos los hosteleros que he conocido, pongamos unos 40, televisión en marcha, humo de tabaco, suciedad y alto griterío han sido una constante que ha alterado el disfrute de una cocina estupenda, y de un trato muy amable y profesional (menos en la calma y el silencio).

Esta es mi conclusión, para quien haya tenido a bien haberme leído hasta aquí, captado mi impresión muy satisfactoria y compartido mi inquietud: por lo que yo sé hoy de Asturias me gustaría que se asemejara a las sociedades en que una naturaleza, una historia y un equilibrio demográfico parecidos las hacen ricas en todos los sentidos, en especial en su humanidad, su cultura y su sostenibilidad.

Le deseo que huya a todo correr de los modelos latinos de sobreexplotación del paisaje y el paisanaje, que se olvide de más carreteras (su oferta y calidad es apabullante, imposible ya en mi país), que invierta a fondo en el ferrocarril de cercanía y de montaña y en la frecuencia de los autobuses interurbanos, que mantenga su sentido de la vida moderna, que exija productividad y buenos resultados a sus servicios públicos.

Porque mi intención confesa es publicitar el viaje a Asturias entre mis personas amadas y conocidas, y volver yo también en cuanto pueda.

Gracias por todo.

Josep M. Armengou,

Barcelona

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