Confusión
Ya quisiera yo, como Bento (John Berger en “El cuaderno de Bento”), no vivir en un estado de confusión habitual, aunque a él le llevase a veces a alcanzar cierta lucidez. Qué más quisiera yo que mi estado de confusión actual me llevase también a mí al encuentro, al diálogo y la conversación. Pues veo cada vez más necesaria la lectura, la escucha, empatía, la apertura, la búsqueda de la verdad, el silencio, la reflexión y la solidaridad.
Sé que esto es pedir demasiado en momentos en los que parece que a la gente le seduce más el juzgar y condenar conductas concretas. Algunos ya piensan que estamos presos en la cárcel de nuestra egolatría. A veces también yo pienso que se confunde el conocimiento con la destreza. Que hay quienes, por otra parte, utilizan formas de desviar las protestas o de crear una sensación de atención al cliente, cuando, en realidad, están manipulando. Por lo que es más necesario que nunca el discernimiento, poder llamar las cosas por su nombre, examinarlas. Pero ahora ya estoy pensando en las generaciones más jóvenes.
El lenguaje de estos ya es el de los medios de comunicación, y este me temo que pueda resultar engañoso. Y si me paro a pensar en los que escribimos, creo que tanto los jóvenes como nosotros los adultos necesitamos traductores de los lenguajes particulares (el de ellos y el nuestro) a un lenguaje común. Pienso que sería la mejor manera de hacerles atractivos tantos caminos que se abren ante ellos, pero que muchos ignoran o ni siquiera sospechan que puedan existir. Y, sobre todo, para ayudarlos a ser lo que son (Píndaro). Aunque me temo que muchas de las proezas técnicas de hoy dificulten la concentración y maten la creatividad, debemos apreciar lo suficiente a esa juventud para que sepa disfrutar de una vida que bien merece vivirse.
Para terminar, diré que, cuando escribo esto y pienso en ellos, el escribir me resulta una carga que me gustaría soltar. De veras.
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