Cafarnaúm o la putada de haber nacido
Hay imágenes y películas que te sacuden. Las que tienen que ver con el horror que el ser humano es capaz de infligir a otro ser humano te sacuden más. La historia de la humanidad, por desgracia, está llena de esos horrores y el siglo XX con sus totalitarismos y campos de exterminios nazis nos hizo cuestionar nuestra condición humana, hasta tal punto que Theodoro Adorno tristemente se lamentara: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”.
Pero hay otros horrores que se solapan porque se reducen a números, estadísticas, valoraciones, generados por las estructuras económico/sociales y geoestratégicas que hemos incorporado con espantosa naturalidad a nuestras vidas y que solo se visibilizan cuando estalla el conflicto y nos lo sirven a través de los telediarios en la comodidad de nuestros hogares, entre anuncios para incrementar nuestro consumo, “reality shows” estúpidos o programas de entretenimiento que insultan la inteligencia.
Estos días, los informativos nos sirven en vivo y en directo, minuto a minuto, dos tragedias, la del penúltimo capítulo del exterminio judío sobre el pueblo palestino y la masacre del poder inferida al pueblo colombiano. Pocas veces reparamos en los dramas personales o familiares que subyacen detrás de las tragedias. La foto de Aylan (el cadáver del niño recogido en una playa del mar Egeo en el 2012) agitó la conciencia de Europa y nos dejó sin aliento. Nos rompió el alma. La noticia de la joven colombiana que se suicidó tras ser violada por la Policía colombiana nos dejó sin palabras. Podríamos llenar páginas y páginas sobre el horror cotidiano que ejerce el poder sobre los más débiles.
Pero de vez en cuando el cine, el buen cine, es capaz de contarnos las tragedias humanas que subyacen en el submundo del tercer mundo. Es lo que ocurre con la impresionante película que la directora libanesa Nadine Labaki nos cuenta en “Cafarnaúm” (2018). Es uno de los retratos más angustiosos sobre la infancia sin futuro que puebla nuestro mundo. Muchas veces a pocos kilómetros de nuestros cómodos hogares (como ocurre en la Cañada Real de Madrid), en las zonas en conflicto (la franja de Gaza), en las interminables guerras, en India, Irak o en cualquier suburbio del tercer mundo.
El arranque de la película es verdaderamente insólito e impactante, porque te desarma, te deja desnudo y hasta sin respiración. Un niño de 12 años, Zayn (aparenta 10), se encuentra denunciando en un juicio a sus padres “por haberle engendrado, por haberle traído al mundo”. Ni los padres, presentes en el juicio como acusados, conocen la edad de su hijo. El protagonista es uno más de los ocho hijos de la pareja que sobreviven gracias a la pericia de Zayn, que se desenvuelve entre la sordidez de las chabolas que todavía quedan en pie después de tanto bombardeo histórico.
El drama se desarrolla en Beirut (pero podría ser cualquier otra parte del mundo). Te incomoda el inicio, porque te prepara para ser testigo del sufrimiento extremo e insoportable. Todo es sórdido, los padres se dedican a follar, beber y fumar en el interior de la chabola, mientras los niños, entre la suciedad y el hacinamiento malviven. Zayn, siempre está despierto oyendo las embestidas sexuales de sus padres y maquinando cómo sobrevivir él y sus hermanos al día siguiente.
La cámara de Nadine Labaki se limita acompañar al protagonista en su recorrido vital. Especialmente conmovedoras son las secuencias en las que Zayn, tras descubrir que su hermana mayor acaba de tener su primer sangrado menstrual, decide ocultar los signos de la menarquia, para evitar que sus padres la vendan a un comerciante de la zona. Son escenas que te emocionan y hacen inevitable soltar una lágrima. Es el amor fraternal que se abre camino entre tanta sordidez, pero que no logra evitar la muerte de la hermana desangrada por su “dueño sexual” cedido por los padres y que Zayn terminaría acuchillándolo en un arrebato de furia incontrolable. El juez le pregunta: “¿Apuñalaste tú al marido de tu hermana?”. “Sí, apuñalé a un hijo de perra”, contesta el menor ante la mirada indolente de los padres.
El azar le lleva a juntarse con otra víctima del desarraigo, una inmigrante que tiene un hijo, Yonas (que está para comérselo), Zayn se hará cargo del mismo, mientras la madre trabaja. Son los momentos más relajantes de la película porque el niño (que todavía no sabe andar) aporta el valor de la inocencia, de la ternura.
En medio de todo ello, se cuela el drama de la inmigración. Especialmente mujeres que llegan de otros submundos, son hacinadas en “centros” de retención, junto a cárceles que recogen los despojos del sistema y en los que se incluyen los “reformatorios” para menores que en nada se diferencian de la sordidez de las cárceles del tercer mundo.
Este es el escenario en el que se mueve el niño/protagonista con una interpretación impresionante, que a su directora le valió para obtener el premio del jurado del Festival de Cannes y la candidatura al “Oscar” a mejor película extranjera. Durante las dos horas largas de metraje, no conseguimos ni una leve sonrisa de su protagonista. Da la impresión de que jamás tuvo la oportunidad de sonreír. Sólo al final, cuando le están haciendo la foto para obtener el carnet de identidad que le facilitará su salida del país, el fotógrafo consigue arrancarle una sonrisa y descubrimos otro Zayn, el de la liberación, el de la esperanza. Descubrimos que es un niño hermoso. La sordidez en la que le tocó vivir no había conseguido anular del todo el valor de la sonrisa.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

