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Lo superfluo es enemigo de lo necesario

31 de Mayo del 2021 - José María Ruiz Izquierdo (Oviedo)

Imaginemos algún filosofo de la Antigüedad que tuviera un tonel como vivienda y una alforja como ajuar, y que se le hubiera ocurrido divulgar el título que encabeza estas líneas. Hoy se le hubiera considerado un extremista, multado y enrejado, por provocar alarma social, y se le hubiera recordado que la austeridad (por muy necesaria que sea a nivel doméstico) es un delito económico-social y que el ahorro está penalizado a causa de los magros intereses, a veces negativos, de los depósitos, mientras los bancos se fusionan, cierran oficinas y despiden a multitud de bancarios.

El problema de las crecientes comisiones y el endurecimiento de condiciones de los depósitos bancarios (“Usted decide si paga 0% de comisión”, “Este cambio va a hacer tu día a día más fácil”) bien merecen un capítulo aparte.

Tal filosofía de lo superfluo como enemigo de lo necesario hubiera turbado a los arcontes que hoy desgobiernan el mundo, quienes no hubiera podido encarcelar, por falta de sitio y de recursos, a los miles de millones de desheredados, escandalosamente austeros, que malviven en los cinturones de pobreza y en los basureros de grandes ciudades como Buenos Aires, Ciudad de México y Río, y no solo allí, sino por doquier.

La austeridad extrema de estos depauperados no tiene raíces filosóficas ni ejemplarizantes, sino que está causada principalmente por la codicia de cientos de corporaciones transnacionales y de sus directivos –los amos del mundo–, quienes esquilman, por igual, al empleado, a las instituciones públicas y al erario, para gozar, en clave superflua, de todas las comodidades y adelantos técnicos del “progreso”.

En la arena electoral de hoy se ofrecen grandes mejoras sociales, pero no se dice cómo financiarlas, aunque dinero hay de sobra, pero es intocable por vía fiscal, porque está en manos del poder económico, al que se pliega o se alía el poder político. Sus señorías, de cualquier bancada, están muy unidos y atareados para que la tarta a repartir sea grande.

Pero no estaría mal que, a ejemplo de los antiguos filósofos griegos, y con desdén de los “think tanks”, algún filósofo de hoy se preguntara en voz alta: ¿Lucharemos directamente contra la pobreza o, más bien, contra la riqueza extrema, causa de aquella? ¿Haremos un tratamiento paliativo o curativo? ¿Antepondremos el superfluo despilfarro de lo público a las necesidades reales de la gente?

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