La nueva sociedad
Inmersos de pleno en la vorágine de la revolución tecnológica y científica, está claro que muchas mentalidades se han quedado ancladas en el siglo XIX y sus ideologías. Pero no es raro ni tan faltamente nocivo: nunca antes en la historia de la humanidad tuvo lugar un análisis prospectivo de tantos datos acumulados; tantas demoscopias de estilos de vida, opiniones y mentalidades; convivencia de nativos grupos humanos locales y migrantes mundiales, opiniones de especialistas y expertos, junto a comentarios realmente salvajes y selváticos en las redes sociales. A trazos muy gruesos, hay cosmovisiones primitivistas o de idealización de un pasado natural, idílico y no contaminado por “la maldad del progreso”, apocalípticos (negacionistas y conspiranoicos varios) u ortodoxos acomodados a conceptos tan atractivos como evanescentes, del tenor “calidad de vida”, “cultura de los algoritmos”, “economía digital”. Hoy, que el lenguaje matemático es “el lenguaje”, donde lo único que existe es un presente muy ansioso volcado hacia el futuro y se ha dejado de experimentar espontánea alegría sin necesidad de psicofármacos, sería interesante tomar conciencia de sesgos culturales, manipulaciones y de la siempre inquietante antropología de un capitalismo extremo interiorizado. Las utopías eran interpretaciones de las sociedades en clave colectivista y fundadas en el mito de un modelo social perfecto, esto es, totalitario y controlador.
Las distopías son representaciones ficticias de un futuro con rasgos negativos y catastrofistas, aunque no dejen de apuntar y sugerir situaciones que, igual, ya se están dando en la realidad diaria.
En este sentido el historiador y escritor Yuval Noah Harari peca de pesimista, mientras que Steven Pinker es un preclaro defensor de la ilustración, del optimismo racional comparado y el humanismo progresista. La verdad es que nos morimos de tedio y ahí está la “Retropolítica” para demostrarlo, con sus inyecciones de dopamina y dialécticas del frentismo agresivo y populista. No recordamos la lección. Tecno-optimistas y humanistas clásicos tendrían que converger totalmente en algo original. De tanto querer ser tan “diferentes” y únicos, cada vez vivimos más en compartimentos estancos. Nuestra sociedad es una nueva sociedad, con un 80% de nichos de empleo aún por consolidarse: automatización, microchips con infinitas aplicaciones, envejecimiento y natalidad irrisoria, vivencia del yo a través de espacios virtuales, que no exigen más que un clic y un perfil idealizado, conservacionismo de lo que merece la pena conservar, por aportar “valores posmaterialista” (Inglehart), nuevo humanismo universal de “un solo planeta, una sola humanidad diversa”. “Todos hermanos”, del Papa Francisco analiza la mentalidad contemporánea del descarte.
Con comprensiones poco actualizadas y emociones exaltadas e ideológicas, cultivadas en sociedades cínicas y desconfiadas, anestesiadas y frágiles, vamos a parar a un callejón sin salida.
Y eso nunca nos haría más felices, con más oportunidades de todo tipo, cooperativos y realizados como personas, más allá de roles de usar y tirar.
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