No eres especial
Lo he dicho muchas veces, el escribir me entretiene y, como no le encuentro sentido a escribir para que nadie te lea, mando el escrito a LA NUEVA ESPAÑA, lo cual hace que, en vista de que muchas veces ni siquiera en el digital lo publican, escriba muchísimo menos de lo que dicta mi inclinación natural. Hoy me lleva a hacerlo un wasap recibido en el que un señor, de forma muy clara y concisa, expone la nefasta situación que vive Venezuela.
Yo diría que Venezuela se ha convertido en una inmensa fosa que acabará engulléndose a todos los que no puedan huir, o no tengan las tripas que hay que tener para vivir sobre las tumbas del genocidio que ellos han cometido. Dudo mucho que de los segundos haya algunos, pues al genocida nada le reprochará su conciencia, puesto que no la tiene.
Bueno, pues, al hilo de esto me ha venido un pensamiento. Lo oí de boca de un cura. Tuvo que ser hace muchos años, ya que, oído directo, después de mi ceremonia nupcial no recuerdo haber prestado oídos a ningún cura más.
Él decía que todos los seres humanos nos creíamos especiales para la entidad que sea, llamémosla como la llamemos, naturaleza, suerte, hado, destino, Dios, la que sea, tiene incidencia en nuestras vidas. Así, todos los creyentes están convencidos de que Dios ni un segundo les pierde de vista. Está pendiente de ellos para salvarlos de todos los peligros que les acechan. No es así. Para Dios todos somos especiales. Lo que quiere decir que, siendo todos especiales, ninguno hay especial.
Pero, como estamos convencidos, nosotros mismos cultivamos el convencimiento viendo en las casualidades notables que nos favorecen un acto divino.
Llegado a este punto, como ser humano que soy (si lo pienso bien no estoy muy seguro, pero bueno), busco la primera ocasión en que Dios decidió que hoy pueda estar aquí dándole a la tecla.
Tenía... 22, 23, años. Caminaba sobre un tubo que limitaba con el vacío a una altura de seis pisos y, de pronto, apunto de irme al carajo, sentí el incomparable trallazo con que, al unísono, durante una milésima de segundo, todo el sistema nervioso sacude la espina dorsal. No tenía nada a lo que asirme y, sin embargo, podría pensar que, gracias a Dios, recuperé el equilibrio.
No ha sido la única vez que “Dios” me ha protegido. Ha habido unas cuantas más. Recuerdo que, siendo chiquillo, ya mi hermana me decía lo que aún hoy alguna vez me dice: Tu ángel de la guarda debe ser el que más trabaja de todo el cielo. Pero la razón que me ha traído a escribir esto es la que me ha recordado el wasap que mencioné.
De no ser por Dios, lo más probable es que en estos momentos yo estuviera donde estoy pero bastante más jodido, porque la causa de abandonar Venezuela no habría sido el cáncer, sino la miseria en que la han hundido. Sin embargo, Dios no me dejó lugar a la duda, prácticamente me impuso la decisión de volver a este mi pueblo. Porque no fue solamente el cáncer, sino que me lo diagnosticó justo en el momento en que había cancelado Cruz Azul, el seguro de salud privado con que los alemanes me tenían protegido, y ni siquiera posibilidad que de todas formas hubiera rechazado, ni siquiera, decía, contaba con el sistema público de Seguridad Social, en el que había sido dado de baja al encontrarme sin trabajo, tramitando la formación de mi propia empresa.
Total, que aquí me tiene Dios, siempre al límite, siempre caminando sobre el tubo, al borde del abismo, y ahora, a los peligros que me supone el perder el equilibrio, se ha sumado uno más: España sigue el camino de Venezuela y a mi edad... Adónde coño voy a ir.
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