Tratando de esquivar barrancos
Toda la capacidad de protagonismo y acción política que -como medida de seguridad extraordinaria- debería ostentar el jefe de un Estado inmaduro, penosamente gobernado y en inacabable y suicida crisis existencial e institucional, queda peligrosamente amortiguada -si no perversamente anulada- en el caso de Expaña. Y ello “gracias” al maniatado papel que nuestra Constitución reserva al Monarca, rol el suyo más propio de naciones hechas, derechas, asentadas y estables que de lo que lamentablemente parecemos... o realmente somos. Cada vez que se somete a prueba a cualquiera de nuestras instituciones se ponen de manifiesto sus carencias y peligrosas vías de agua. Error, torpeza e imprevisión, o bombas de relojería de algún padre de la Patria.
La Corona no iba a ser menos. Qué pena y qué vergüenza.
En los últimos tiempos los Reyes de España no han mantenido muy buena química con jefes de Gobierno arrogantes y dañinos, iluminados y tóxicos, inanes y cómplices... o desaforados y triplemente protervos según reciente definición por ahora difícil de rebatir. Las actuales cotas de intromisión y asalto a los poderes también están tratando de tutorizar, desdibujar, diluir, ridiculizar o domesticar la figura digna, autónoma, representativa, garante y salvavidas de emergencia que encarna nuestro buen monarca. Dentro de poco -y si los Cielos no lo remedian- se le hará pasar por el humillante y devastador aro de la indignidad de firmar lo que no debería ni querría firmar, o por la inédita y espeluznante opción de la insumisión.
Sí o sí. Embarrancar o quemar naves son dos opciones esperadas como agua de mayo por quienes quieren dar la puntilla al actual régimen (que nunca han estado tan impunemente cerca de poder hacerlo). Aunque la heroicidad sea más fotogénica para las pantallas del futuro que los despejes a tiempo y distancia, cabría desear que quienes mejor conocen la Constitución, no para violarla con impunidad ni para trampear con sus debilidades, sino para poner en valor sus fortalezas, nos ahorren daños mayores a todos los españoles honrados (que solo faltaría que no fuéramos la gran mayoría). Seguro que hay más y más elegantes salidas que la que sus consejeros ofrecieron “illo tempo” a Balduino de Bélgica.
Y seguro que alguna de esas soluciones para hoy podría sentar una útil y fértil jurisprudencia a medio y largo plazo.
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