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Habitaciones compartidas

31 de Mayo del 2021 - Florencio Antúñez García (Navia)

Era 13 de marzo de 2020 cuando se nos cayó la bóveda azul sobre nuestras vidas, arrebatándonos para siempre algunas de ellas, haciendo añicos ilusiones y proyectos y convirtiéndonos en seres tristes, huraños y desconfiados, obligados a encerrarnos en nosotros mismos a la vez que nos cambiaba un sistema tradicional de vida aceptable, del que no éramos conscientes, colapsado por tanto abuso sobre él infligido. El edificio común de nuestros alumnos, casi siempre rebosante de alegría, se convirtió en un edificio frío, de aspecto moribundo, por el que vagaban escasos seres desconcertados, con sus caras tapadas con mascarillas protectoras ante una situación inédita, que a duras penas lograban coordinar el reto de impartir docencia a través de una nueva metodología para la que no todo el mundo estaba preparado, siguiendo las directrices de unos mandatarios políticos desbordados que no siempre supieron estar a la altura de las circunstancias. Se aherrojó el aire que antes respiraban las flores, cuyo vacío invadieron anaerobias zarzas acromáticas mientras las bisagras se vestían de trajes oxidados que despedían un nauseabundo olor a cárcel. En el sistema educativo hubo un enloquecimiento colectivo apresurado, con envíos desproporcionados de tareas a través de plataformas desconocidas, cambios de metodologías, incontables reuniones telemáticas, llamadas constantes a las familias por parte de los tutores, cambios de programaciones, cambios de criterios de evaluación y calificación, que hicieron cundir el nerviosismo en alumnos, padres y profesores, sembrando dudas e incertidumbres en cada una de las actuaciones. Cada cual, con mayor o menor laboriosidad o acierto, coordinó sus mentiras con sus verdades para dar aspecto de verosimilitud a un mundo que excedía lo onírico y así poder finalizar oficialmente un sibilino curso académico 2019/20 que dejó constancia de muchas de nuestras carencias y de nuestra fragilidad e insignificancia como especie. En el IES Galileo Galilei el espíritu de un maestro relojero se había quedado estrangulado dentro, entre la maleza invasiva, silencioso, pensativo y descorazonado, decepcionado porque las manecillas de su compleja creación se bloquearon, inhabilitadas para marcar el tiempo de presentación de un proyecto inacabado en estériles barridos circulares sincronizados sobre la esfera que tradicionalmente atestiguara su denuedo para deleitarnos cada curso con el maravilloso espectáculo poético que concibió y coordinó desde el principio. Con mucho esfuerzo por parte de algunos, se reformaron y acondicionaron algunos espacios disponibles en los centros para comenzar el nuevo curso con la mayor aparente naturalidad posible, respetando las medidas impuestas por las autoridades sanitarias. Los centros educativos fueron adaptándose con dificultad a una nueva realidad, recuperando una relativa normalidad, principalmente gracias a la capacidad de adaptación y resiliencia de equipos directivos, profesores y alumnos, que siguen siendo el mejor capital de nuestro sistema educativo cuando están bien dirigidos. Aquel espíritu latente prisionero porfió hasta lograr zafarse de su estrangulamiento y sus portadores, varios profesores que forman un gran equipo, comenzaron el desbroce interior de unas aulas que había que revivir, abrieron las ventanas para la entrada de aire fresco, convirtieron el enmarañado zarzal en jardines sembrados de amapolas y abedules donde vuelven a trinar los mirlos y transformaron los chirridos de la herrumbre de los goznes en dulces voces que recitan hermosas palabras hilvanadas de lluvia que anhelan de la mar el poemario continuo sobre pergaminos de espuma, solo asequible a las aves libres que dominan los vientos. Aunque este año no fue posible la representación presencial, igualmente me emociono y lloro durante la proyección, en la pantalla grande del entrañable Teatro Fantasio, con este meritorio festival de la palabra, en el que este año se ha colado una gota de mi sangre para resucitar durante unos minutos tu corazón, "Sin tu latido", añorado Aute. El maestro relojero consiguió lubricar todos los engranajes y, junto con ellos, ajustar los péndulos del viejo reloj de pared que construyó, cuyos secretos conoce a la perfección, para que girasen con precisión las agujas que han de narrar poéticamente el discurrir de nuestros días en la noria del tiempo, que catapulta cíclicamente a los alumnos hacia sus anhelos, dejando todos su impronta para siempre en "Voces Compartidas". Al final no pudo contener su emoción y se le veía justificadamente exultante por haber coordinado con éxito, en tiempos difíciles de pandemia, la transformación de "Habitaciones separadas" en "Habitaciones compartidas", henchidas de la mejor reserva que nos queda: "La poesía" como sublime canto a la libertad, que este curso comparte con nosotros Luis García Montero. ¡Majestuoso!... ¡Enhorabuena! a todo el equipo que lo ha hecho posible.

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