La protección de datos como un derecho colectivo
En los últimos años, el imperio de los datos no ha hecho más que imponerse. Los datos, bajo el correcto análisis, están constituyendo un cambio trascendental en nuestra sociedad, pues nos permiten conocer la muchas veces paradójica realidad de las cosas. La realidad es en esencia compleja, solo es comprensible al limitado intelecto humano en pequeñas dosis y, en muchos campos, hasta el momento, de una forma incompleta, mediante abstracciones. ¿Por qué Napoleón perdió la guerra? ¿Por qué acontece un terremoto? ¿Por qué se es celiaco? Son preguntas a las que mucha gente podría dar una respuesta, pero ¿una completa e inefablemente cierta?, no.
Los datos podrían constituir un cambio abrupto ya no en nuestro conocimiento de los fenómenos anteriores, sino incluso en cómo controlar los sucedáneos. Con millones de datos que cada día se recopilan, es una cuestión de diseño y capacidad computacional el poder crear modelos que tengan en cuenta cada ápice de la realidad para emitir conclusiones, sería como si –casi– se pudiera conocer de antemano el resultado de una determinada estrategia en una batalla, y así poder tomar no ya la más efectiva, sino la diseñada ad hoc –el Arte de la Guerra dice: "Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no temas el resultado de cien batallas".
Ahora imaginémonos que alguien quisiera algo –como medio, o como finalidad misma– de nuestra sociedad (comunidad, familia, país, cultura) o nos quisiera de una determinada forma (mental, racial, espiritual, física, etcétera). No podría saber qué es lo que nos condiciona, no podría acaso controlar nuestros "inputs" para controlar nuestros "outputs". Con esa información, no podría golpear la mente de quienes a su fin más conviniera para obtener ese algo, pues el hombre es un ser gregario.
En una sociedad que tiende a que su mayor fuente de información sean vídeos de diez segundos, ¿no sería extremadanamente fácil saber el tornillo donde hay que apretar? El esclavo no puede afirmar que es tal si no tensa la cadena, ni menos aún si no quiere tensarla.
Termino con dos preguntas: siendo el concurso de las voluntades la esencia teórica de la democracia, si estas son manipuladas, ¿qué la diferencia de la dicta -blanda o -dura?, y ¿existe alguna posibilidad de, como sociedad, defendernos?
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