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Esperando al alba

30 de Mayo del 2021 - Emilio Serrano

El día había sido de un trabajo intenso. Me encontraba cansado y me acosté antes de lo habitual de mi diaria costumbre. No obstante, no fui capaz de conciliar el sueño. Oigo las campanadas del reloj cercano y veo que aún falta mucho para que llegue el alba.

Me levanto y abrigado con mi bata, recién estrenada, bajo a la cocina. Me preparo un café y unas gotas de aguardiente. Paseo por mi hogar. Enciendo y apago la televisión, repaso un poco la prensa y decido subir hasta mi desván. Es un lugar que me da paz y salgo a su encuentro.

Abro las ventanas de mi acristalada galería y mi mirada domina todo el amplio paisaje que me muestra la naturaleza. Me saluda una luna risueña y luminosa con un brillo especial para acariciar las sombras con su plenitud de luz. Está contenta al ver finalizado el confinamiento.

Desde las alturas observo los tejados de otros edificios y su rojo color se viste de un tono plateado barnizado por su resplandor. Sobre todo lo que me rodea el silencio duerme su sueño eterno.

Me llega el olor del mar, como si el yodo y el salitre estuviesen filtrados en una suave destilación impulsada por una brisa deliciosa. Adivino que las olas también nos ofrecen calma porque me llegan sin ruido, con un sonido tímido, con temor a despertar a la madrugada.

A su vez, de cuando en cuando, ilumina la estancia el guiño dorado del faro que pestañea, abriendo y cerrando sus ojos, para con su fina y prudente coquetería tratar de conquistar a la noche.

Es primavera, un mes de cielos claros, y ello me permite, en la grata compañía de la luna, contemplar la silueta de la montaña que está al alcance de mis manos. Diríamos que todo está rodeado de una silenciosa calma. Es como un profundo abrazo de paz entre el cuerpo de la tierra y el alma de los cielos. Le pido a la Providencia esperanza para el futuro.

Sumario: Travesía lírica a lo largo de una noche confinada

Destacado: A su vez, de cuando en cuando, ilumina la estancia el guiño dorado del faro que pestañea, abriendo y cerrando sus ojos, para con su fina y prudente coquetería tratar de conquistar a la noche

Me pongo otro café, y me sirvo un corto trago de licor de guindas. Me siento en mi cómodo sillón y me dejo querer por un solemne reposo dándole descanso a mis pensamientos. Serán más felices a partir del 9 de mayo.

El jinete de la noche sigue cabalgando y yo trato de dominar sus riendas para controlar su marcha. Mis fuerzas no son suficientes y se me escapa perdiéndose en las sombras.

Mi mirada también se pierde en la busca de otros destinos que orienten mi vida. Decido retirarme a descansar. El crujir de las viejas maderas me lleva al cuadro de las luces, las apago y vuelvo a la cama.

Llamo y busco a mis abandonados sueños y cuando empiezo a sentir la lejana voz de su eco me quedo vencido. En el descanso de mi travesía me sentí acompañado de pasados recuerdos y obediente a sus impulsos las horas, camino ya de la mañana, se fueron silenciosas, sin ruidos, como de puntillas para evitar todo aquello que pudiera perturbarme.

Así las cosas, al igual que en el ejército, hice guardia permanente esa noche para vigilar a la naturaleza disfrutando de su compañía. Nos dedicamos un pequeño rezo. Hicimos un brindis por la amistad y el afecto. Y en esa confidencia íntima, de esa hermosa y compartida soledad buscada, fue, sin duda, la caricia de esa gran noche de amores que tuve con el alba.

Lo que demuestra que los escondidos sentimientos del silencio emocionado, cuando se viven intensamente, siempre serán recordados.

Gozoso en ese disfrute de sueños, un sol madrugador que se filtraba por la entreabierta ventana de mi habitación me anunciaba que empezaba un nuevo día. Tras la vacuna y libre del invisible azote del virus la felicidad estará de nuevo de nuestro lado. En esa confianza quedo.

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