Tarajal, por no decir otra cosa
Resulta conmovedor comprobar cómo la buena gente de izquierda se conmueve cuando da con un cristiano bueno. El lunes pasado, en el programa oficiado por Ana Pastor, escuchaban al obispo emérito de Tánger con tan devota unción que el plató parecía un comulgatorio. Los cristianos buenos deben de ser una especie en vías de extinción, sin que nadie la declare especie protegida; al contrario, se la trata como especie cinegética: apenas el obispo bueno había concluido su edificante peroración, la poderosa cadena soltaba a sus sabuesos, "sedientos de catástrofes y hambrientos", a la caza y captura del obispo malo (como pieza de rececho, tenían al de Oviedo).
Ante la crisis humanitaria del Tarajal, el emérito de Tánger desgranó con sentidísimas palabras los misterios dolorosos de lo que, de esta otra parte en la ribera, llamamos "inmigración ilegal": jóvenes y adolescentes en el umbral de la infancia que no tienen nada y, por conseguir algo, arriesgan el salto de costa a costa; un salto muchas veces suicida, entre la vida y la muerte. Desalmado habría que ser para no sentir la punzada dolorosa de la compasión. Pero aviados vamos si la compasión no es compatible con la lucidez. Lucidez que impone reconocer que la arribada masiva de esa cruzada infantil sobre las playas de Ceuta fue una mini Marcha Verde (o si se prefiere, Azul, pues llegó por mar, que no deja de ser un desierto). Una mini marcha cuyo fin era poner y puso en jaque al Estado español. Cuál sería la solución de emergencia ante la arribada al Tarajal de una Marcha Azul de unos cincuenta mil nautas. ¿La evacuación de la población autóctona?
En el programa, salvo un invitado de derechas que pasaba por allí, se defendió a ultranza la acogida por el Gobierno de Brahim Ghali, el dirigente del Polisario en el origen de la crisis. Para sí hubieran querido esa piadosa unanimidad los dos misioneros españoles enfermos de ébola, cuya repatriación "provocó una gran controversia en la opinión pública". Claro que los pobres misioneros solo habían trabajado 52 años en Liberia y Sierra Leona curando a los enfermos más pobres. Mientras Brahim Ghali, adoptado por la izquierda, está "investigado por la Audiencia Nacional por los delitos de genocidio, asesinato, torturas y desapariciones cometidos presuntamente contra la población saharaui disidente refugiada en los campamentos de Tinduf". Nótese que la denuncia no proviene de desaforados dirigentes de Vox sino de la Asociación Saharaui de Derechos Humanos.
Argelia, poderoso padrino de Ghali, es independiente y socialista desde 1962. Allí la derecha no corta ni recorta desde el famoso "Je vous ai compris" del general De Gaulle (1958). ¿No se sorprende la izquierda de aquí de que Argelia no haya podido asistir a su protegido con una cobertura médica equiparable a la de la modesta comunidad de La Rioja? En apoyo de la relevancia de Ghali como dirigente, Ignacio Escolar (que ese sí que sabe) insistía con énfasis en que la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) está reconocida por 82 estados; omitía Ignacio el detalle, al parecer irrelevante, de que 53 de esos 82 estados tienen sus relaciones con la RASD "canceladas, congeladas o suspendidas". En cualquier caso subsiste el enigma: por qué ninguno de esos estados aceptó o pudo asistir al paciente Ghali en condiciones equiparables a las de nuestra modesta Rioja.
Last but not least: La Audiencia Nacional tiene emplazado a Ghali para el 1 de junio. Si lo sienta en el banquillo, a la crisis con Marruecos se sumará el conflicto con Argelia. Qué puede hacer el Gobierno, ¿indultar a Ghali, como a los otros? Los buenos cristianos y los izquierdistas buenos (valga la redundancia) "lo tomarán con naturalidad", siguiendo el consejo del ministro bueno de Justicia. (Preguntas y perplejidades de un cristiano regular tirando a malo).
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