Tanto nadar

7 de Junio del 2021 - Gerardo Rebanal Martínez (Oviedo)

Esta es la típica carta que yo nunca leería, algo larga y difusa. Tengo la costumbre de leer LA NUEVA ESPAÑA de atrás adelante, empezando en la contraportada, sorteando los deportes, las esquelas, el arte y la política, para terminar en la plaza del Paraguas (podríamos formar un club de lectores que siguen la misma estrategia). Me refiero, por supuesto, a la ley de la Eutanasia. Al presentarla, María Luisa insistía mucho, como para acallar conciencias e inquietudes de timoratos y aprensivos, entre los que me encuentro, en que se trataba de una ley francamente garantista (insistencia que me hace sospechar lo peor). Y no hace mucho, en LA NUEVA ESPAÑA leía con admiración la noticia de las personas que evitaron suicidios, con riesgo de su vida. El que se lanzó al agua en Gijón no solo arriesgó su vida, sino que ahora, con la ley en la mano, arriesgó la cárcel. El espigueo de la ley me hace afrontar frases como “la prestación de la ayuda para morir debe hacerse con el máximo cuidado y profesionalidad por parte de los profesionales sanitarios, con aplicación de los protocolos correspondientes, que contendrán, además, criterios en cuanto a la forma y tiempo de realización de la prestación”. Esta perla administrativa parece querer decirnos que si vamos a matar, matemos bien, y que los muertos que nos matemos no sigan gozando de buena salud. El tono me recuerda al de los carteles de obras del Ministerio de Fomento, en los que por un lado nos piden disculpas, por otro nos recomiendan mucha precaución y por otro nos conminan a obedecer las señales, en una mezcla de humilde petición y velada amenaza. Y el citado artículo 11 también me recuerda a Justino, el asesino de la tercera edad, que hablaba de su profesión, el descabello taurino, con el orgullo de quien está ejerciendo un arte que requiere notable concentración y dotes.

Estaba pensando optar a la plaza de socorrista en Bañugues. Pero me planteo el dilema de cómo rescatar a una persona, ya que tengo que saber primero si quiere ser rescatada o no. Un vez llegado hasta él, tendré que pedirle cortésmente que me produzca su testamento vital. Lo tendrá que sacar con cuidado de un plástico que lleva en el bañador. Si el documento no está mojado y es legible, tendré que esperar a que me llegue un fax al efecto, en el aparato que llevaré en mi mochila de goma, de una comisión que me confirmará el protocolo a seguir. Allí me indicarán si debo trasladarlo acompasadamente a la orilla, o bien proceder con una serie de aguadillas terminales. Si la llegada del fax se retrasa, y esto puede ocurrir, habrá que armarse de paciencia. Tanto bañista como socorrista deberán ir provistos de gruesos neoprenos para afrontar la espera, y aguantar quizás hasta el próximo verano. Esto puede ser que dé lugar a la amistad. O lo que surja. En fin, que me parece que no me presento a la plaza. Si me dan a escoger, mis héroes siguen siendo, con mucho, los que arriesgan su vida, más que los circunspectos muñidores de leyes netamente garantistas.

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