El "Azor"
El hombre es un animal de costumbres. Por ello, cada vez que viajo de Gijón a Málaga y, por tanto, me embarco en la aventura de cruzar la histórica “piel de toro” de Norte a Sur, mis cansados huesos me piden que es necesario parar a mitad de camino. La bella e histórica ciudad de Cáceres es mi refugio de descanso.
Siempre descubro algún rincón nuevo para fotografiarlo, algún dato histórico, leyenda o costumbres de la ciudad Patrimonio de la Humanidad. Pero jamás me imaginé que pudiera toparme con el “espíritu estival de Franco”, con el “Azor”, en el corazón mismo del casco histórico de la ciudad (la plaza de San Pablo).
Como todo el mundo sabe, Cáceres no tiene mar. Mejor dicho, está muy alejada del mar, tan alejada que sus ciudadanos, para poder disfrutar del mismo, tienen que atravesar Portugal (como lugar más cercano), pero ello no ha constituido impedimento alguno para que el “juguete” marino del dictador genocida se hiciera presente en Cáceres gracias al arte moderno y los “performances” que pueden con todo (ahí está Marina Abramovic, flamante premio “Princesa de Asturias” 2021, para certificarlo), donde la ideología, la historia, el horror, desaparecen o se transforman en “arte”.
Al principio no fui capaz de reparar ante lo que me encontraba. Cuarenta palés con restos de una obra de reconstrucción. Obviamente, pensé que estaban restaurando uno de los edificios emblemáticos de la ciudad y habían acotado parte de la plaza para recoger y apilar los escombros. La directora del Museo de la Ciudad me sacó de mi error y, amablemente, me comentó que no eran restos de ninguna obra, sino la “obra” misma del artista Fernando Sánchez Castillo, quien “salvó” al “Azor” del desguace al que estaba destinado en 1990. Lo compró, lo desguazó a su manera y lo transformó en arte moderno y “performance” para entendidos, entre los cuales yo no me encuentro.
El 25 de agosto de 1948, el dictador y don Juan de Borbón (padre de Juan Carlos I) mantuvieron una reunión clandestina de tres horas de duración a bordo del barco de recreo del primero. Acontecimiento que posteriormente tomaría el nombre de "Conversaciones del Azor" y en las que los interlocutores, al parecer, trataron de la educación de Juan Carlos en España de cara a una posible sucesión del dictador a título de Rey.
Hasta entonces, los sufridos españolitos solo conocían de la existencia del “Azor” a través del No-Do, en que, entre pantano y pantano inaugurados, se colaban las vacaciones del “caudillo de España por la gracia de Dios” con la pesca del salmón como trofeo. Poco más se sabía del “Azor” hasta que Felipe González, ya en democracia, en el verano de 1985, decidiera poner fin a lo que quedaba de “Isidoro” e iniciar sus aficiones marítimas al borde de uno de los símbolos de la cruel dictadura, con la vista puesta en el futuro, navegar en el lujoso yate de su multimillonario amigo Carlos Slim.
Preguntado por el uso que había hecho del barco del dictador y si no se sentía incómodo por las críticas suscitadas, Felipe González contestó que el patrimonio del Estado no podía ser ignorado porque lo hubiese utilizado un gobernante autoritario. Pocos repararon por entonces en el cambio de lenguaje utilizado por González para calificar a Franco. Antes era “el dictador”, “la cruel dictadura”, “el tirano opresor” responsable de miles de fusilamientos tras la Guerra Incivil. Al bajar del “Azor” ya solo era “gobernante autoritario”. Es el poder de los fantasmas, y en el “Azor” quedaba mucho de Franco. Es fácil comprender, por tanto, su aversión a legislar sobre la “memoria histórica” o acabar con la impunidad de las reminiscencias de la dictadura que duran hasta hoy.
Se comprende también que, para Felipe González, indultar al golpista Alfonso Armada, cerebro del golpe de Estado del 23F de 1981 contra la democracia española, el episodio más grave sufrido desde 1936, con tanques en la calle (Valencia, Madrid), que nos habría vuelto a la España de las tinieblas, fue un acto de “equidad, templanza y benignidad”. Pero donde más se empleó a fondo el expresidente de Gobierno fue en la defensa del indulto para su ministro de Interior, José Barrionuevo, y su secretario de Estado, Rafael Vera, condenados por los GAL, quienes, por cierto, nunca se arrepintieron y renegaban del indulto concedido por José María Aznar, “nos queda nuestra dignidad y no la perderemos pidiendo el indulto” (Rafael Vera). Hoy, González exige arrepentimiento para los condenados del “procés”.
Ninguno de los indultos concedidos a golpistas o responsables de la guerra sucia contra ETA tenía nada que ver con tender puentes hacia la convivencia o resolver ningún conflicto de la España plural. Respondían exclusivamente a situaciones de carácter personal de los condenados. En el previsible indulto a los condenados del “procés” hay una apuesta de carácter histórico (y, por cierto, valiente) por buscar una salida de convivencia a la parte catalana de la España plural. Es una apuesta por la política, demasiado tiempo enfangada en los tribunales.
Esto lo sabe Felipe González, protagonista de hechos históricos (muy discutibles algunos), pero no soporta que un “advenedizo” como Sánchez, que no es un “pata negra” como Leguina o Ibarra, venga a enmendarle la plana, aunque para ello tenga que recurrir al “fantasma del Azor”.
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