La retirada de Afganistán
Día 20 de junio de 2021, día de la infamia: Ya se aprestan los primeros rayos de sol a iluminar el monte Alí Abad cuando los habitantes de Kubul sienten el olor a muerte de las tropas del Mulá Haibatullah, el jefe de los talibanes. No habrá ninguna batalla, ni última, ni penúltima ni antepenúltima, es la capitulación y el regreso al infierno. La alegoría con la llegada de las tropas de Al Qama, el brazo militar del valí Ambasa, a Asturias no está cogida con pinzas, pues, como en Covadonga, en Afganistán lo que se dirime es la civilización. “Libertad duradera”, ¡qué sarcasmo! Afganistán volverá a la Edad Media y sus mujeres, esas mujeres tan bellas cuando puedes verles la cara, volverán a ir encapuchadas. 102 españoles han muerto en esa guerra absurda, y su sacrificio, ayudando al Imperio en su fechoría, duele más precisamente por eso, por absurdo. Recordemos a los 62 fallecidos del “Yak-42”, sí, recordémoslos ahora que Pablo Casado quiere dar consejos. Recordemos a los 17 muertos del helicóptero “Cougar” caído, nunca sabremos si en accidente o derribado por uno de esos misiles antiaéreos portátiles “Stinger” que los EE UU proporcionaron gentilmente a los muyahidines para echar a los soviéticos del país. Y recordemos los muertos en el atentado en la Embajada en Kabul y los intérpretes asesinados, no me olvido de los intérpretes asesinados. No fue Aznar quien nos metió en aquella guerra, José María fue en la de Irak; fue Zapatero, fueron los que capitanearon mediáticamente el “No a la guerra”; tampoco fueron los que gritaban, enrabietados, el eslogan en las calles de España. Fueron exactamente los mismos que nos llevaron a la guerra de Libia, “para poner allí la democracia”, y que ahora la visitan, acompañados de empresarios del ladrillo, para ofrecer a uno de sus gobiernos ayuda para la reconstrucción del país. Sí, infamia es la palabra, infames es el calificativo que se merecen. La madre de todas las infamias, sin embargo, fue crear Al Qaeda y toda una infraestructura fanática y criminal en Pakistán, con financiación saudí y armamento estadounidense, para acabar con un régimen que no les gustaba. Parecía algo irreal que las mujeres se hubieran quitado el burka y que, aún turbadas por siglos de ostracismo, fueran a la universidad y trabajaran en los hospitales, cosas de los comunistas. ¡Qué mentira lo de Bin Laden! ¡Qué mil mentiras nos han contado! Se retiran y ahora, cuando han dejado cientos de miles de muertos en aquel país, miles de viudas, miles de huérfanos, miles de mutilados, nos dicen que lo mejor es que los afganos sigan su propio camino sin interferencia extranjeras. ¡Hipócritas! Se aprestan los primeros rayos de sol a iluminar el monte Alí Abad, llegan los talibanes a Kabul y las mujeres afganas ya no se podrán quitar el burka nunca.
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