Pereda

6 de Junio del 2021 - Antonio Parra (CUIDEIRU)

LA CASTIDAD DEL PÍCARO PEREDA

Ahora que la corrupción habita entre nosotros y la broza alcanza sin medida ni listón las teleras del carro o más bien carromato de la querida España, yo me acuerdo de una canción que habla de tiempos mejores y nos revierte a la esperanza. “Esta noche ha llovido, mañana hay barro. Pobre del carreteru, se atranca el carru”, y me sumerjo en la lectura de José María de Pereda. Es su centenario, y verdaderamente sus obras son todas como una canción campurriana. Esa virilidad, esa energía de sus párrafos. Un maestro del difícil arte de la descripción que los retóricos llamaban corografía. Nadie como el santanderino ha trasladado al papel de lo pintado a lo vivo los paisajes de su tierra ni llamado por su nombre a las cosas, los aperos, los dichos y refranes de los aldeanos de “Peñas Arriba”.

Así empieza el “Sabor de la Tierruca”: “La cajiga aquella era un soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro, sano y como una peña el tronco, de retorcida veta, como la filástica de un cable; las ramas horizontales rígidas, potentes y con abundantes y entretejidos ramos".

Hasta en los tacos fue comedido, pues mucho se ha comentado de la castidad de este literato soltero impenitente que vivió sólo para la escritura en una hidalguía solariega verdaderamente. Así encontraremos en sus novelas interjecciones como “puño”, “cáspita”, “fárfaras”, “demontres”... A pesar de que las tramas de sus novelas sean de alto voltaje, pues ha de vérselas con las pasiones humanas que en el campo parece que se agrandan y son más violentas que en la ciudad: seducciones, raptos, adulterios y algún que otro estacazo en las romerías del lugar cuando las navajas tiemblan en bolso, las garrotas rebraman por las sendas y brillan los alfanjes.

Los que le motejan de escritor carca en el mejor sentido de la palabra, y en verdad que era un apostólico conectado con el movimiento de los neocatólicos y algo sentimental yo no diría que feo, pues sus retratos con los quevedos, las barbas apostólicas y el tupé imponderable le dan un aspecto bastante digno acaso no hayan leído su obra. Pereda era un esteta decepcionado que buscaba esa impronta idílica, la senda del “Beatus ille” horaciana al que entusiasma el paisaje pero le decepciona el paisanaje. Y en carta a otros escritores liberales así lo deja constar. Su desencanto por la mezquindad de la política y de las gentes que le rodeaban.

Hay dos Asturias: la que llama a una herramienta de segar zoqueta y la que le dice zapico. El autor del “Sabor de la tierruca” pertenece a la primera. Son las Asturias de Santillana, las que iban de Laredo hasta San Vicente la Barquera. La otra, la del Zapico, y donde los labriegos jamás denominarán al dalle sino por el término de “guadañu” y que abarca desde Unquera a Vegadeo, tiene dos novelistas mayores: Clarín y Palacio Valdés. Este trío de grandes prosistas y que supieron interpretar cabalmente el paisaje y la tierra que los vio nacer - fueron casi temporarios- son los tres gigantes de estas dos provincias cántabras y que en puridad debieran ser una sola, el alma de Castilla y la cuna de España, baluarte de la antañona hidalguía. Oviedo, Salas, Avilés, Santillana del Mar. La patria de los Quirós y los Velasco.

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