Arzobispo de Oviedo
Algunos sectores de la Iglesia católica siguen pensando que su función es velar por la conducta de los ciudadanos del Estado y los valores tradicionales del catolicismo como la autoridad espiritual, con derecho a dominio de lo sagrado (concepción, matrimonio, muerte...) y con el deber de intervenir en la educación y la conducta de los ciudadanos.
En teoría el Estado español debería ser laico y aconfesional, pero en la práctica no ocurre así. Las autoridades (gobiernos, políticos, magistratura, FF AA, FSE...) participan en eventos y conmemoraciones religiosas casi como una obligación o, al menos, como un deber inexcusable, formando una simbiosis del poder espiritual y terrenal. Como una fórmula ancestral.
Lo explica muy bien Gonzalo Puente Ojea en su libro de ensayo “La Cruz y la Corona, las hipotecas de la Historia de España”.
Ese derecho de dominio de lo sagrado de la religión de Estado es defendido por sectores del integrismo católico que consideran el laicismo como un “enemigo”. Aquí, en Asturias, tenemos el máximo representante en el arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, que desde el púlpito se dedica a hacer política de quienes son buenos y regañar a los que dice que son malos, a quién hay que votar o a quién no, pasando por el “forro...” la neutralidad que debería practicar. Una sociedad moderna, democrática, laica y aconfesional no debería permitir dichas injerencias. La Iglesia católica goza de privilegios, que no existen en ningún país democrático, gracias al Concordato. Pero al señor Sanz no le parece suficiente, quizá siente nostalgia del nacionalcatolicismo. ¡Zapatero, a tus zapatos!
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