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Unos africanos en la estación de Grado

19 de Agosto del 2010 - Emilio López Gómez (GRADO)

Esta mañana he visto en la estación de autobuses de Grado a unos africanos y me han dolido en el alma. Han removido mi conciencia y he sentido rabia y vergüenza, me he dicho que este mundo no es el que ellos anhelan, ese por el que un día abandonaron su pueblo, su familia y amigos y se embarcaron en una patera afrontando riesgos inimaginables para recibir ese trozo de tarta al que tienen derecho y que casi siempre les negamos. En cambio han pasado la noche en una estación, en unos asientos incómodos, con cuatro bultos a los pies, desaliñados y con un semblante triste, inmensamente triste, seguramente de decepción, posiblemente de arrepentimiento.

Su único delito es haber nacido en el mal llamado tercer mundo, en el Africa subsahariana, con unas costumbres distintas y con un color distinto: el negro. Me imagino que ese es un gran delito, claro, para nosotros negro es el color del luto, y hablamos de dinero negro, de un negro que escribe para un autor que firma, y de trabajar como un negro. No se si ese es el motivo de tanta discriminación, de tanto odio, o si por el contrario el motivo es simplemente que no perdonamos lo diferente, lo distinto, que tememos lo desconocido. Quizás es nuestra cobardía os tenemos miedo. ¿Acaso es que consideramos que el hecho de nacer en un territorio te da más derechos que a los foráneos?, si es así ¿hasta donde llevamos estas consecuencias?, ¿porqué no hasta la comunidad autónoma? ¿o porqué no hasta el concejo o el pueblo, el barrio, la calle, el portal, el piso? ¿Tendré yo más derecho que mi vecino a utilizar la piscina comunitaria por el hecho de que mi piso es mayor y por tanto tengo mayor cuota de participación?

En tiempos de bonanza, cuando podemos seleccionar el puesto de trabajo y por tanto despreciar los que consideramos de inferior categoría, el extranjero es bienvenido, les abrimos nuestras puertas, los ocupamos en el servicio doméstico, en cuidar a nuestros hijos y en atender a nuestros abuelos, así no tenemos que avergonzarnos por recluirlos en residencias; o en recoger nuestras basuras o subirse a los andamios o, en el mejor de los casos, les encomendamos servirnos en establecimientos de hostelería o en algún comercio. Pero eso sí, sin derechos, sin participar de los beneficios que generan, o con los mínimos legales. Y nos llevamos las manos a la cabeza si les dan becas a sus hijos y ponemos el grito en el cielo si se les concede una vivienda social, faltaría más, eso es para los de aquí, para el hijo de mi vecina, para mi sobrina, para ellos han venido a trabajar, han cotizado a Hacienda y a la Seguridad Social, pero no son iguales, ellos no nacieron aquí, ¿no ves que son distintos?. En época de vacas flacas: se quedan nuestro trabajo, encima cobran el paro o vienen únicamente a utilizar nuestra sanidad y nuestros servicios, quieren robarnos. Da igual ser cristiano, protestante o agnóstico, les negamos el pan y la sal, nos molesta su simple presencia, que se vayan a su país.

Hoy, perdonad que me dirija a vosotros, hermanos negros, me habéis dolido, al veros he sentido vergüenza y en lo más profundo de mi corazón me he angustiado al contemplar tanta injusticia, tanta ignominia, tanta insolidaridad originado por el consumo exacerbado, la codicia, la avaricia, la ambición desmedida y el egoísmo. Pero no os preocupéis por mi, no, me durará poco, como mucho acallaré mi conciencia dando una limosna al primer indigente que me pida, y después seguiré mi gris existencia en un mundo gris con crisis o más bien en crisis permanente, porque, hermanos, en este primer mundo parece ser que hay una crisis económica y financiera, pero lo que realmente tenemos es una crisis de principios y de valores.

Emilio López Gómez, Grado

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